Capitulo Uno



La suite del ático del grandioso y antiguo Edinburgh Hotel era la última del turno de Fluke. Resultaba irónico que tuviera que ganarse la vida limpiando áticos en vez de vivir en ellos.

Llamó a la puerta y dijo: –Servicio de limpieza.

Al ver que no había respuesta, deslizó su tarjeta por la cerradura de la suite y abrió la puerta.

Se sintió como si hubiera pisado en otro mundo, un mundo al que él

había pertenecido brevemente y al que había creído que podría pertenecer. ¿Era posible que solo hubieran pasado cinco meses de aquello?

Se colocó una protectora mano sobre el ligero abultamiento del vientre, donde sintió un ligero aleteo que le recordó que, tan solo cuatro meses más tarde, su vida volvería a cambiar.

Para siempre.

Cerró la puerta de la suite y trató de hacer lo mismo con sus pensamientos, pero le resultó imposible. Le flotaban alrededor de la cabeza, como si fueran cuervos sobrevolando por encima de un cadáver, el de la breve relación que había tenido con el padre de su bebé.

Ohm Thitiwat, que ni siquiera sabía que iba a ser padre.

Reconoció que, considerar una relación lo que había experimentado con Ohm era probablemente una definición demasiado generosa. Una aventura. Un ligue. Dos meses de locura. Una locura mágica y arrolladora. Dos meses en los que se había olvidado de quién era, de dónde venía y lo que representaba. Se habían conocido en un bar y, en menos de una hora, Fluke había terminado en la cama con él. Había sido su primera aventura de una noche, aunque no había sido una noche porque Ohm le había pedido volverlo a ver.

Otra vez.

Y una vez más.

A los pocos días, estaban inmersos en una apasionada relación que él no hubiera querido que terminara nunca. Sin embargo, el fin llegó. Y fue Fluke quien lo provocó.

Miró el lujo de la suite. Durante su relación con Ohm, pasar la noche entre tales lujos era la norma. Dormir entre sábanas de algodón egipcio; beber champán francés en elegantes copas de cristal, comer en restaurantes con estrella Michelin, lucir ropa y zapatos de importantes diseñadores, llevar joyas que costaban más que un coche, ir a fiestas benéficas y a los mejores espectáculos y premieres vestido como un supermodelo en vez de ser un niño de acogida de los barrios más marginados de la ciudad.

Un chico de barrio engalanado para parecer un príncipe.

Alguien había dormido en la suite la noche anterior. La cama estaba deshecha, por un lado. El modo en el que se había apartado la sábana le pinchó como si fuera la espina de una rosa. Incluso el aire olía vagamente familiar con una sutil mezcla de bergamota y cítricos que le puso a Fluke el vello de punta. La suite parecía poseer una extraña energía, como si la presencia de una fuerte personalidad hubiera turbado recientemente las partículas de aire y estas aún no se hubieran recuperado.

Fluke suspiró y se dirigió a la cama para quitar las sábanas. Tenía trabajo que hacer y no podía permitir que su imaginación se adueñara de él. Fluke había decidido su destino y no le importaba afrontar las consecuencias.

Solo.

Jamás se le había pasado por la cabeza decirle a Ohm que estaba embarazado. ¿Cómo podría haberlo hecho? No había querido correr el riesgo de que él lo presionara para que abortara o ver cómo lo rechazaba a él y al bebé. A lo largo de su infancia, había experimentado frecuentes rechazos. Su propio padre lo había entregado a los servicios sociales para que lo criaran otras personas.

¿Cómo iba a permitir que Ohm lo rechazara también? Tampoco había deseado que le ofreciera casarse con él porque sintiera que era su obligación. Sabía de primera mano cómo salían los matrimonios motivados por el deber: niños no deseados a los que no se le proporcionaba cariño ni cuidados y que terminaban pasando mucho tiempo en casas de acogida.

Hizo la cama con sábanas limpias del carrito y las estiró y colocó a la perfección. Entonces, ahuecó las almohadas y las situó cuidadosamente, poniendo encima los cojines de adorno. Terminó su tarea situando el pie de cama al otro lado del colchón. Acababa de dar un paso atrás para admirar su trabajo cuando oyó que la puerta de la suite se abría a sus espaldas.

Se dio la vuelta con una sonrisa para disculparse con el huésped.

–Lo siento. Aún no he terminado...

La sonrisa se desvaneció inmediatamente y el corazón comenzó a latirle alocadamente. Sintió que se le había hecho un nudo en la garganta. No era capaz de articular palabra ni podía impedir que el corazón le golpeara el pecho con fuerza. El pánico se apoderó de él y miró de arriba abajo al padre de su bebé sin poder contenerse. Su mirada se veía atraída por una fuerza que el paso del tiempo no había logrado alterar.

Debía haber una ley que impidiera a un hombre ser tan guapo, tan atlético y tan viril. Tan irresistible.

Al contrario de él, Ohm Thitiwat apenas había cambiado en los tres meses que habían transcurrido desde la última vez que lo vio. Su traje oscuro, de diseño, y la camisa blanca que llevaba puestos hacían justicia al cuerpo tan perfecto que cubrían. Las largas y musculadas piernas, el amplio torso, tonificados brazos, abdomen firme y liso... El cuello abierto de la camisa dejaba al descubierto el bronceado cuello y sugería el ligero vello que le cubría el pecho. Atractivo como un modelo, alto y esbelto con una pronunciada mandíbula, dominaba una estancia con solo entrar en ella. Tenía el cabello negro y ligeramente ondulado, ni corto ni largo, pero peinado con mucho estilo hacia atrás. A pesar de ser un estilo algo casual, no ocultaba el empuje y la fuerza de su personalidad.

Sin embargo, los ojos castaños sí tenían una expresión incluso más cínica y había líneas de expresión a ambos lados de la boca que no habían estado antes.

–Fluke –dijo él con una ligera inclinación de cabeza que resultó tanto formal como insultante–, ¿A qué debo el placer de encontrarte junto a mi cama?

Fluke se apartó inmediatamente de la cama, como si esta hubiera prendido en llamas. Estar cerca de una cama cuando Ohm estaba a tan poca distancia era una mala idea.

Tentadora, pero muy mala idea. Se habían pasado más tiempo en la cama que fuera de ella durante su breve y volátil romance. El sexo los había unido en medio de una tórrida atracción desde la primera vez que se conocieron. Lo suyo había sido una explosión de lujuria que había sacudido por completo a Fluke. No había disfrutado del sexo hasta que lo experimentó con Ohm. Con él, se convirtió en algo increíble e, incluso en aquellos momentos, sentía que los recuerdos de los momentos vividos despertaban su cuerpo.

Tomó unas toallas limpias del carrito, desesperado por ocultar el ligero

abultamiento de su cuerpo. Nunca había tenido un abdomen especialmente liso, lo que le hizo esperar que Ohm no se diera cuenta del ligero cambio que se había producido en él. De hecho, siempre le había sorprendido que él lo encontrara atractivo. Fluke no se parecía en nada a los delgados y glamurosos hombres y mujeres con los que él salía habitualmente. Además, deseaba ocuparse las manos con algo por si ellas sentían la tentación de borrar de un bofetón la mirada que él le estaba dedicando... o de agarrarle el rostro para poder besar sus labios y olvidarse de todo menos de sus maravillosos y embriagadores besos.

–Trabajo en este hotel. Ahora, si me dejas que termine tu suite, me marcharé enseguida y...

–Pensaba que ibas a regresar a Londres para seguir con tus estudios de Bellas Artes –comenzó él frunciendo el ceño. Sus ojos marrones verdosos lo observaban muy atentamente–. ¿Acaso no era ese el plan?

–Yo... cambié de opinión.

Fluke se dirigió al cuarto de baño con las toallas. Las colocó sobre los toalleros y luego recogió las húmedas, colocándolas contra su cuerpo como una barrera. Sus planes habían cambiado en cuanto descubrió que estaba embarazado.

Todo había cambiado.

Ohm lo siguió al lujoso cuarto de baño. Su presencia lo hacía parecer tan pequeño como una caja de pañuelos. Fluke gruñó para sí mientras se miraba en el espejo. Jamás había sido tan consciente de la falta de arreglo, de las ojeras que tenía en el rostro y de lo descuidado que llevaba el cabello bajo la cofia. Ni del abultamiento de su vientre bajo el delantal blanco. ¿Lo estaría Ohm comparando con su última amante?

Fluke había visto fotos suyas con numerosas personas mujeres y hombres durante los meses que habían pasado desde que terminaron su relación. No había podido evitar preguntarse si habría sido deliberado por parte de Ohm, como si hubiera querido que se le viera con todas las personas posibles para demostrar que su ego se había recuperado por el abandono de Fluke. Después de todo, había sido él quien rompió la relación, algo a lo que Ohm, evidentemente, no estaba acostumbrado. Las personas se peleaban por estar con él. Nunca lo dejaban.

–Vaya, debió de ser muy repentino. Pensaba que te gustaba vivir en Londres.

Fluke metió la tripa todo lo que pudo. Colocó las botellitas de cortesía sobre la encimera de mármol para tener algo que hacer con las manos. Le molestaba que le temblaran más de lo que había deseado.

–Me sentía preparado para cambiar de ambiente. Además, ya no me podía permitir vivir en Londres.

Ohm frunció los labios.

–¿Es que hay alguien más? ¿Por eso terminaste lo que había entre nosotros?

Fluke lo miró a través del espejo.

–¿Nosotros? –replicó con amargura–. No había un nosotros y lo sabes. Fue una aventura, eso es todo. Y yo quería que terminara.

–Mentiroso –le espetó él–. Al menos, ten la decencia de ser sincero conmigo.

¿Sincero? ¿Cómo podía ser sincero sobre sí mismo? Sobre su pasado. Sobre su vergüenza. No importaba que llevara trajes de alta costura o de segunda mano. La vergüenza ardía como una llama dentro de él.

–No hay nadie más. Te lo dije en mi nota. Simplemente quería terminar.

Descubrir que estaba embarazado de Ohm había sumido a Fluke en una aterradora incertidumbre. Pensar que él podría rechazarlo, expulsarlo a él y a su bebé de su vida, como el padre de Fluke había hecho con él hubiera sido demasiado doloroso. No se le ocurría ningún modo de decirle lo del embarazo que no fuera a causar una destrucción irreversible en su vida. No lo conocía desde hacía el tiempo suficiente ni podía estar seguro de que él no tratara de presionarlo para que abortara. En cualquier caso, Fluke no lo habría permitido. Ya tenía suficientes dudas sobre su capacidad para ser padre. Había estado en casas de acogida desde que tenía siete años. Los recuerdos que tenía de su propia madre eran escasos y, en algunos casos, dolorosos.

¿Qué clase de padre sería él? Ese pensamiento lo preocupaba constantemente, hasta el punto de mantenerlo despierto por las noches. Las dudas y los miedos le golpeaban la cabeza como si fueran martillos en miniatura.

–Ah, sí. La nota –comentó él con desprecio.

–Tú eres el que tiene que ser sincero. Solo estás enfadado porque fui yo el que te dejó. Sin embargo, tú mismo habrías terminado lo que había entre nosotros tarde o temprano. Ninguna de tus aventuras dura más de un mes. Yo ya estaba en tiempo extra.

Ohm tensó un músculo de la mandíbula.

–¿No podrías haber esperado hasta que regresara de Nueva York para decírmelo a la cara? ¿O es que no viniste conmigo en aquel viaje por eso, porque llevabas tiempo planeando dejarme mientras yo estaba fuera, negociando aquel contrato? No querías correr el riesgo de que yo te hiciera cambiar de opinión.

Fluke apretó los labios. Le estaba costando mantener el genio. Sabía muy bien lo importante que aquel contrato era para él. El mayor de su carrera. El hombre con el que debía negociarlo era un hombre de familia, muy religioso, que podría no haber firmado el contrato si hubiera saltado la noticia de que el amante de Ohm estaba embarazado. Había empezado a sentir náuseas justo antes de que él le sugiriera que lo acompañara a Nueva York. Al principio, Fluke había pensado que tan solo se trataba de una molestia estomacal y había decidido quedarse en la casa que él tenía en Sicilia mientras él se marchaba a los Estados Unidos. Lo había acompañado a todas partes durante los dos meses que llevaban juntos. Sin embargo, poco a poco había empezado a sospechar que estaba embarazado hasta el punto en el que ello había sido lo único en lo que había podido pensar. Decidió que, cuando lo supiera con certeza por fin, preferiría estar solo. No quería que Ohm lo encontrara con una prueba de embarazo en la mano o vomitando en el cuarto de baño.

Cuando vio que el resultado de la prueba era positivo, supo lo que tenía que hacer.

Debía terminar con lo que había entre ellos y salir de su vida antes de que pudiera hacer más daño. Le habría causado un daño del que no habría sido fácil recuperarse. La caja de Pandora que era su pasado hubiera provocado caos y destrucción en la vida de Ohm. El contrato de Nueva York se habría visto comprometido. Si se hubiera filtrado una foto de él en ropa interior, bailando en aquel sórdido club de caballeros, la posibilidad de que Ohm consiguiera un puesto en la importante organización benéfica infantil habría quedado hecha pedazos. Sus futuros contratos de negocios se habrían visto comprometidos por la mancha que suponía el pasado de Fluke.

Fluke levantó la barbilla y le dedicó una gélida mirada.

–No habrías podido hacerme cambiar de opinión.

Ohm le miró primero la boca y luego de nuevo los ojos.

–¿Estás seguro de eso, caro? –le preguntó, con voz baja y sensual, casi como si fuera una caricia de la mano entre las piernas. La ardiente mirada amenazaba con abrasarle los ojos.

Fluke se apartó de la encimera de mármol y agarró las toallas usadas. Tenía que alejarse de él antes de que hiciera o dijera algo de lo que se arrepentiría, como revelarle que iba a ser padre. En realidad, sabía que él tenía todo el derecho a saberlo y si Ohm hubiera provenido de un ambiente similar al de él, se lo habría dicho sin dudarlo.

Sin embargo, ambos venían de mundos muy diferentes.

–Deja eso –le ordenó con el ceño fruncido–. ¿Por qué estás limpiando habitaciones de hotel? Estoy seguro de que podrías haber conseguido un trabajo más en línea con tus aspiraciones artísticas.

Fluke se apretó las toallas contra el cuerpo. necesitaba protegerse de algún modo contra la potente presencia de Ohm.

–Trabajo para una amiga, ayudándola. Ella tiene una agencia de servicios de limpieza. Tal vez la conozcas –dijo. Siempre se había enorgullecido de su capacidad de actuación. ¿Acaso no se había pasado la mayor parte de su vida fingiendo ser alguien que no era?

–No, pero lo tendré en cuenta. Estoy pensando en comprar este hotel.

–¿No tienes ya suficientes hoteles? –le preguntó Fluke sin poder contener el sarcasmo que tenía en la voz–. Es decir, conseguiste ese contrato de Nueva York, ¿no? ¿Uno de los mayores?

–Me alegra saber que te has estado interesando por mis asuntos –replicó él con una ligera sonrisa.

¿Por qué había tenido que decirlo como si se pasara el día leyendo los periódicos para buscar información sobre Ohm? Fluke trató de adoptar una expresión aburrida para tratar de recuperar el terreno perdido y trató de regresar a la habitación.

–Mira, tengo que terminar esta suite. Mi turno está a punto de terminar.

Ohm le agarró un brazo.

Inmediatamente, la piel de Fluke reaccionó al contacto. Todos los nervios de su piel se pusieron en estado de alerta, recordando, deseando, necesitando...

–Quédate y tómate una copa conmigo... –le dijo él en voz muy baja, una voz que lo excitaba de la misma manera que las burbujas del champán.

–No puedo –mintió mientras se zafaba de él–. Tengo otra cita.

Algo se dibujó en la mirada de Ohm, pero desapareció rápidamente.

¿Desilusión? ¿Dolor? ¿Ira? Fluke no podía estar seguro de qué se trataba.

–Estoy seguro de que no les importará esperar.

Fluke levantó la mirada con gesto desafiante.

–Ya no puedes obligarme a hacer nada, Ohm...

Él levantó las cejas ligeramente y recuperó su cínica sonrisa.

–¿Cuándo he tenido que obligarte, caro mío? Tú también lo deseabas, ¿verdad?

Ohm hablaba con voz tan baja, tan profunda, que parecía que salía del

suelo. Era lo suficientemente poderosa como para despertar algo en lo más íntimo de su ser, algo que reverberó en su cuerpo como si se tratara de un diapasón.

Fluke trató de bloquear la tormenta de recuerdos eróticos que se apoderaron de él. Recuerdos de extremidades entrelazadas, de sensaciones de gozo, de plenitud y de increíble sensualidad. El sabor de Ohm, el aroma en el aire del acto sexual, el tacto de las manos de él acariciándole los muslos, cerca de su vibrante excitación. Fluke contuvo el aliento y se dirigió de nuevo al carrito. Se agarró al asa para no sentir la tentación de tocarlo a él.

¿Cómo era posible que no fuera ya inmune a él? No había sentido ningún tipo de atracción por ningún hombre desde que rompieron. Se preguntó si podría volver a sentirla.

–Tengo que marcharme –dijo mientras empujaba el carrito hacia la puerta.

–Una copa –replicó él haciendo que Fluke se detuviera–. En el bar de abajo. Te prometo que no te entretendré mucho. Por favor, caro –añadió después de una pequeña pausa.

Fluke debería haberse marchado sin decir ni una palabra, pero había algo en el tono de la voz de Ohm que lo detuvo. Si se negaba, parecería que era un maleducado. Después de todo, había sido él el que había dado por terminada la relación. Debería ser Ohm el que se mostrara poco afable. Fluke le había dejado una nota en su casa en vez de decírselo cara a cara. Lo más revelador de la ruptura era que Fluke solo había recibido una llamada de teléfono por parte de Ohm en la que él le había dejado un mensaje de voz muy hiriente. Una última llamada que le había permitido desahogarse y, de ese modo, confirmarle que había hecho lo correcto. Si de verdad a Ohm le hubiera importado Fluke lo más mínimo, le habría llamado muchas veces más y habría hecho todo lo posible por localizarlo y por reunirse con él para suplicarle que regresara a su lado. Sin embargo, los hombres como Ohm Thitiwat no suplican. No tienen por qué. Las personas nunca los dejan, sino que les suplican a ellos que no se vayan.

Sabía que, en aquellos momentos, el embarazo se le notaba aún muy poco. Tal vez una copa con él serviría para asegurarle que estaba bien y que le había dado un nuevo rumbo a su vida. Le debía esos minutos de su tiempo. Era el padre de su hijo, aunque Fluke se había jurado que no se lo diría nunca. Utilizaría aquel encuentro para saber qué planes tenía él y así ajustar los suyos propios. Si Ohm iba a pasar mucho tiempo allí en Edimburgo, él tendría que marcharse, desaparecer y esperar que él no fuera a buscarlo.

Se dio la vuelta para mirarlo, sumido en un mar de sentimientos encontrados. ¿Cuándo había podido resistírsele?

Nunca. Por eso, debía tener mucho cuidado.

–Está bien. Una copa.

Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Ohm dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Habían pasado cinco meses y aún le resultaba imposible estar en la misma habitación que Fluke sin desearlo. La lujuria le había golpeado con fuerza. Verlo de pie junto a su cama le había despertado muchos recuerdos, recuerdos que no había sido capaz de borrar de su pensamiento ni de su cuerpo. Era como si Fluke Natouch se hubiera grabado a fuego sobre su piel.

Ningún otro podía satisfacer el anhelo y el deseo que Fluke despertaba en él. Había salido con otros desde entonces, pero, cada vez que pensaba en acostarse con uno de ellos, algo le hacía detenerse. Se estaba convirtiendo en un monje. Tenía que solucionarlo rápidamente para poder seguir con su vida.

Para poder olvidarlo.

Ohm se sentía furioso consigo mismo por seguir sintiendo tanta amargura sobre su ruptura. Normalmente, era él quien terminaba las relaciones. Era él quien marcaba el ritmo y lo cambiaba cuando le convenía. Había sido una nueva experiencia, algo incómoda, que Fluke lo abandonara a él cuando estaba fuera de la ciudad trabajando en el mayor y más importante contrato de su carrera. Y, especialmente, cuando lo había llevado a su hogar, a Sicilia. Fluke había sido el primer amante al que había llevado a su santuario privado.

Su mansión de Sicilia estaba vedada normalmente a sus amantes. Por una vez, había bajado la guardia.

Se había llevado allí a Fluke, había cancelado importantes reuniones de trabajo solo para poder estar con él sin que la prensa documentara cada momento. Había algo en su relación que le había hecho desear mantenerlo fuera del ojo público, no porque no le gustara estar con él, porque le gustaba y mucho. Mucho más de lo que le había gustado estar con sus anteriores amantes.

Sin embargo, de algún modo, se había equivocado con él y eso le molestaba. Mucho. Lo que más le dolía era que sospechaba que Fluke había esperado hasta que él estaba preocupado con el contrato para poder maximizar el impacto.

Regresar a una mansión vacía y encontrar una nota de Fluke sobre la chimenea le había tomado por sorpresa y le había hecho sentirse muy herido. Esto era lo que más le molestaba. Era lo mismo que le había hecho sentir su padre con su duplicidad. Había tenido dos familias simultáneamente. Dos esposas, dos familias. Cada una de ellas pensaba que era lo más importante para Tino Thitiwat hasta que Ohm descubrió la verdad cuando tenía trece años. Una llamada de teléfono de un empleado de su padre lo cambió todo. Lo reveló todo. Su padre había sufrido un terrible accidente de automóvil y estaba gravemente herido y ese empleado se había sentido en la obligación de informar a Ohm y a su madre de la gravedad de las heridas de Tino. Sin embargo, cuando los dos volaron a Florencia para estar junto a Tino, descubrieron que ya tenía otros acompañantes. Cuatro. Su otra familia. Su esposa y sus dos hijos. La primera familia de su padre. La familia oficial. La otra vida de su padre. Ohm había permanecido junto a la cama del hospital, recordando todas y cada una de las mentiras de su padre. Años y años de descaradas mentiras.

Ohm era el sucio secreto de su padre. Su hijo ilegítimo.

Por ello, al regresar a casa y encontrarse con la nota de Fluke, Ohm había experimentado tal rabia que la había roto en mil pedazos. Le había recordado al momento en el que entró en aquel hospital de Florencia, cuando descubrió que todo lo que creía sobre él y su familia era falso. Un montón de mentiras. Secretos y mentiras. No se había dado cuenta de que era capaz de experimentar tal ira hasta que se apoderó de él con tanta fuerza. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Debía de haber habido alguna señal de la que él no se percató. ¿O acaso Fluke le había engañado deliberadamente, haciéndole creer un falso sentido de seguridad, igual que lo había hecho su padre durante tantos años? Fingir, mentir y engañar. Los tres pecados capitales de cualquier relación.

Había llamado a Fluke en cuanto leyó la nota y le había dejado un mensaje.

No se trataba de un mensaje del que se sintiera particularmente orgulloso, pero no estaba dispuesto a dar segundas

oportunidades. Fluke no le devolvió la llamada y, en cierto modo, Ohm se alegró. Las rupturas limpias eran mucho más aconsejables. Sin embargo, no había nada sobre aquella ruptura que le resultara limpio.

Recorrió el salón de la suite incansablemente. Notaba algo raro en él. Su lenguaje corporal, su mirada, su recelo... ¿Por qué había decidido abandonar sus estudios de Bellas Artes para seguir en Escocia? Se había mostrado muy apasionado sobre su arte y le había dicho en repetidas ocasiones lo mucho que le gustaba vivir en Londres. Ohm había visto algunos de sus dibujos y se había quedado muy sorprendido por su talento. ¿Qué era lo que le había hecho dar la espalda a sus sueños y trabajar para una amiga en un empleo en el que no utilizaba su creatividad?

¿Había ocurrido algo en el tiempo que había pasado desde su ruptura, algo que hubiera envenenado sus aspiraciones artísticas?

Se volvió a mirar la cama y se lo imaginó allí tumbado, rodeándole el cuerpo con sus esbeltas piernas. Lanzó una maldición y se apartó, completamente asqueado consigo mismo. Le resultaba increíble ver cómo Fluke aún era capaz de dominar sus deseos.

Fluke era, de lejos, la persona más apasionada y fascinante con la que había estado nunca. No podía evitar preguntarse si esa era la razón por la que nadie más había podido estar a su altura. Su rápido ingenio, su personalidad... Había muy pocas personas que se enfrentaran a él y muy pocos lo trataban como un igual en vez de como alguien con quien escalar en sociedad.

Fluke había sido diferente. Él había hecho que fuera virtualmente imposible sentirse satisfecho por alguien más. Había disfrutado con los acalorados debates y con el hecho de que todas las disputas se resolvieran entre las sábanas.

En aquellos momentos, parecía un hombre diferente. Su figura seguía siendo esbelta, pero sus curvas parecían haber madurado, lo que le provocaba un deseo incontenible por tocarlo, por sentirlo, por olerlo y por saborearlo. Sus caderas eran más rotundas... Tenía que dejar de pensar en aquella hermosa curva. En lo suave que era bajo sus manos, bajo sus labios y lengua. En lo que sentía al tenerlo moviéndose debajo de él, gozando hasta que él le hacía gritar de placer y conseguía que alcanzara el paraíso.

La nueva energía que le rodeaba le intrigaba profundamente. Había desafío en su mirada e, instantes después, parecía querer huir de su lado. La piel le palidecía y se le sonrojaba y su cuerpo se apartaba del de él cuando siempre había apuntado hacia Ohm como si fuera una brújula buscando el norte.

El rechazo de Fluke le escocía aún más. Volver a verlo había abierto de nuevo la herida y la había dejado en carne viva. Tenía que curarla y, de ese modo, conseguir seguir con su vida. Una copa con él y se marcharía de su lado sin mirar atrás. Se lo debía a sí mismo. Tenía que dejar todo lo que habían compartido en el pasado, donde debía estar, de una vez por todas.

Lo que habían compartido había terminado entre ellos y, cuanto antes lo aceptara, mucho mejor.

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