Capitulo Doce



Fluke metió unas cuantas cosas en una bolsa de viaje y reservó un vuelo en Internet para regresar a Londres en vez de a Edimburgo. Necesitaba un tiempo solo antes de volver a Escocia para solucionar su desastrosa vida. Si Ohm lo encontraba antes de que él tuviera tiempo de pensar en su futuro, podría sentir la tentación de quedarse de nuevo con él.

Sin embargo, ¿Cómo podría hacerlo sabiendo que era su pasado lo que había provocado que la abuela de Ohm cayera enferma?

Su pasado no iba a desaparecer, por mucho que lo deseara ni por mucho dinero que Ohm gastara en abogados. Era una mancha imborrable que se había ido extendiendo hasta que había empezado a manchar a otros. A hacer daño a otros, a Ohm, el hombre al que amaba más que nadie en el mundo. Al que amaba más que a su propia felicidad.

Llamó a un taxi y se puso a esperar en el vestíbulo a que llegara. De repente, Concetta apareció desde detrás de una de las columnas de mármol con una expresión ceñuda en el rostro.

–¿Se marcha? ¿Otra vez? –le preguntó el ama de llaves muy preocupada–. No debe hacerlo. El signor se pondrá...

–Lo siento, Concetta, pero debo marcharme –dijo tratando de contener sus sentimientos–. Estoy seguro de que lo comprendes. Yo no pertenezco a esta vida. Tú siempre lo has pensado. Puedes negarlo si quieres, pero los dos sabemos ahora que no le traeré más que problemas.

–Admito que no sentí simpatía alguna por usted al principio, pero era porque no creía que estuviera siendo sincero con él. Ahora, veo que es usted bueno para signor Thitiwat. Le hace sonreír más y relajarse. No trabaja tanto cuando está usted aquí. No se puede marchar así. La boda es el sábado que viene.

–No va a haber boda. Jamás debería haber accedido a casarme con él.

–Usted promete cosas y luego no las cumple –le espetó Concetta–.

Es mejor no hacer promesas para no dar falsas esperanzas a la gente.

Fluke se dio cuenta de que, aparte de Ohm y su abuela, también había defraudado a Concetta.

–No he tenido mucho tiempo para trabajar en el retrato de tu hija, pero, cuando esté terminado, te lo enviaré. Te lo prometo. Y también el de la abuela de Ohm.

–¡Bah! Si vive para verlo.

En ese momento, la puerta principal se abrió.

Ohm entró en la casa y frunció el ceño.

–¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué hay un taxi esperando en la puerta?

–Su prometido... –contestó Concetta pronunciando la palabra como si estuviera escupiendo la pipa de un limón–... se marcha.

La expresión de Ohm se volvió inescrutable.

–Te ruego que nos dejes a solas, Concetta. Fluke, vamos al salón.

Ahora mismo.

Ohm hizo ademán de agarrarle el brazo, pero él se zafó.

–¿Cómo está tu abuela? ¿Está...? –le preguntó, sin poder completar la pregunta por miedo a la respuesta.

–Sufrió un ictus leve, pero no hay nada de lo que preocuparse. El geriatra le ha recetado una medicación para que tenga la sangre más líquida y estará en casa dentro de un par de días. Sin embargo, eres tú quien me preocupa. ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Te ha molestado Concetta?

Fluke recogió la bolsa de viaje y se la colgó del hombro.

–Lo siento, Ohm, pero tengo que marcharme. Esto no va a funcionar. Fui un estúpido al pensar que...

–¿Qué ha ocasionado esta reacción?

–Soy yo, Ohm. Yo. Tú. No podrá funcionar nunca. Solo nos traerá vergüenza y desgracias para ti y tu familia.

–Te dije que yo me ocuparía de lo de las fotos –dijo él con aspecto cansado–. Tengo a mi gente trabajando en ello en estos momentos. Tienes que confiar que...

–¿Y qué ocurre mientras tanto? –replico Fluke–. ¿Permanecemos sin hacer nada y vemos cómo le da otro ictus a tu abuela cuando vea más fotos de esas por todas partes? No puedo permitir que eso ocurra. No se lo puedo hacer ni a ella ni a ti.

–Nonna habría tenido el ictus en cualquier caso. El médico dijo...

–Entonces, no vas a negar que vio las fotos en su tableta y que eso le provocó un disgusto lo suficientemente grande como para... –Fluke, no es culpa tuya...

–¿Cómo no va a serlo? Después, será tu empresa la que se resienta.

Cancelarán contratos por mi causa. Esa organización benéfica te cesará como presidente... No voy a permitir que todo eso te ocurra. No voy a hacerte eso.

–Entonces, lo que estás haciendo ahora sí que está bien, ¿verdad? Vuelves a huir. Te marchas porque la situación se ha vuelto un poco incómoda. No es así como se manejan las situaciones difíciles que ocurren en la vida, Fluke. Tienes que aprender a afrontarlas.

–Las estoy afrontando a mi manera –replicó él levantando la barbilla.

–¿A tu manera? –repitió Ohm con una carcajada–. Tu manera es infantil e inmadura. Vas a tener un bebé. Mi bebe. No puedes huir cuando las cosas no salen tal y como habías esperado.

–No estoy huyendo. Estoy apartándome de una situación que nos hará daño a los dos y a nuestro hijo a la larga.

Fluke se sintió orgulloso del tono tranquilo de su voz, a pesar de la tormenta de sentimientos que tenía en el pecho. Ohm tenía el ceño fruncido. Abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera buscando las palabras correctas.

–Estás hablando muy en serio –dijo Ohm. No era una pregunta, sino más bien una expresión de su resignación.

–Así es. Me marcho a casa dentro de un par de horas. Te mantendré informado del progreso del bebé y te enviaré una copia de la próxima ecografía.

–Quiero estar presente cuando nazca –afirmó él. Había una cualidad extraña en él que Fluke no había escuchado antes. Sin embargo, la expresión de su rostro permaneció inescrutable.

Fluke asintió.

–Por supuesto.

–En ese caso, yo te llevaré al aeropuerto –anunció él mientras trataba de quitarle la bolsa de viaje.

–No. Preferiría que no lo hicieras. No me gustan las largas despedidas.

–Sí, supongo que eso ya debería saberlo. Debería sentirme agradecido de haber podido verte antes de que te fueras. ¿O acaso me has dejado una nota como la otra vez?

Fluke se sonrojó.

–Iba a escribirte un mensaje cuando estuviera en el avión.

–Muy magnánimo por tu parte.

Fluke dejó escapar un suspiro y cerró los ojos durante un instante.

–No hagas esto, Ohm.

–¿Qué no haga qué? –le preguntó él con otra sonora carcajada–.

¿Mi prometido decide que va a terminar con nuestra relación pocos días antes de la boda y se supone que no tengo que estar ni enfadado ni disgustado?

–Nunca quise ser tu prometido en un principio –dijo Fluke, enfadado–. Tú fuiste el que insististe en el matrimonio. Puedes ser padre sin ser esposo. Y, te aseguro, que serás mucho mejor padre sin mí como tú esposo.

–¿Es esta tu decisión final? –le espetó Ohm con voz gélida.

–No hay nada que puedas decir que me haga cambiar de opinión. Ohm se metió las manos en los bolsillos.

–Me aseguraré de que dispongas de suficiente dinero en tu cuenta para ayudar con los gastos.

–No tienes que...

–No me digas lo que tengo que hacer, Fluke –replicó él con amargura–.

Pienso ocuparme de mi hijo. Ahora, es mejor que te vayas. No querrás perder el vuelo.

Fluke salió de la casa y se dirigió al taxi. Sentía el corazón como si tuviera una losa. El peso de la tristeza, de la desilusión, lo estaba hundiendo y le recordaba constantemente lo peligroso que era amar a alguien para luego perderlo.

Se metió en el coche y permitió que Ohm cerrara la puerta. Entonces, él dio un paso atrás y se metió las manos en los bolsillos de nuevo.

–Que tengas buen viaje.

–Gracias –dijo Fluke forzando una sonrisa.

Ohm se dio la vuelta y regresó a la casa. Cerró la puerta antes de que el taxista pudiera arrancar el vehículo.

Ohm contuvo el aliento y escuchó cómo el taxi se alejaba de la casa. Entonces, lanzó una maldición. Se sentía furioso y no había palabras para poder expresar lo enojado que estaba.

Una vez más, Fluke lo había sorprendido y había soltado la bomba de que se marchaba. Sentía una fuerte presión en el pecho y le costaba respirar. Era como si tuviera una barra invisible de acero sobre el corazón, que se lo aplastaba hasta que se quedaba sin oxígeno. Nunca había tenido un ataque de pánico en toda su vida, pero estaba seguro de que se parecía mucho a lo que estaba sintiendo en aquellos momentos. Ya lo había experimentado antes y lo había superado. Volvería a superarlo.

Se mesó el cabello con una mano. Sentía tal frustración que le habría gustado darle un puñetazo a la pared, pero no creía que su mano agradeciera mucho el contacto con el mármol.

Lanzó un grito y trató de tranquilizarse.

Concetta apareció como un fantasma. Estaba muy pálida.

–¿Se ha ido?

–Supongo que ahora estarás contenta. Nunca te gustó, ¿verdad? –Al principio no, es cierto, pero luego me di cuenta de que lo ama a usted y eso es lo único que importa.

–¿Cómo dices? –preguntó Ohm. Se había quedado atónito con lo que acababa de escuchar.

–Él lo ama, signor. Habría que estar ciego para no verlo.

–Estás equivocada –dijo Ohm–. Si me ama, ¿por qué diablos se acaba de marchar en ese taxi para ir al aeropuerto?

–¿Le ha dicho usted que lo ama a él?

Ohm dejó escapar un suspiro de frustración.

–¿A qué viene la obsesión con esa palabra? Estoy dispuesto a casarme con él, a cuidar de él y de nuestro bebé. ¿Acaso no es suficiente?

Concetta se cruzó de brazos y sacudió la cabeza. Evidentemente, estaba muy desilusionada con él.

–Amar a alguien no es solo palabras, sino también actos. Sus actos, signor, hablan más alto que ninguna otra palabra, pero él necesita escucharlas.

¿Sus actos? ¿Qué decían sus actos aparte de que estaba dispuesto a aceptar la responsabilidad del hijo que habían concebido? Sentía aprecio por Fluke, lo deseaba, lo necesitaba tal y como necesitaba respirar, ¿pero amarlo? Era una palabra de la que huía. Una palabra que se utilizaba demasiado libremente. Se la había oído a su padre constantemente a lo largo de su infancia, demasiadas veces. Y, sin embargo, cuando tuvo que elegir entre sus dos familias, el amor de su padre por Ohm desapareció. Se evaporó como un fantasma de una película de terror.

–Aún tiene tiempo para alcanzarlo si se da prisa –le dijo Concetta.

Ohm desechó la idea inmediatamente. Él ya no suplicaba a nadie para que se quedara con él.

–Fluke ha tomado una decisión. Por una vez, voy a respetarla.

Fluke aterrizó en Londres y encontró un hotel barato en el que alojarse. Sin embargo, su corazón seguía en Sicilia. Sentía un vacío en el pecho que nada podía llenar. Incluso el bebé parecía más inquieto que de costumbre.

Lo único bueno del viaje era que parecía que el escándalo no lo perseguía. No había periodistas por ninguna parte ni portadas que documentaran su vergüenza. Los periódicos ingleses tenían otros escándalos de los que ocuparse.

Se sentó en la cama y miró el teléfono. No había llamadas perdidas ni mensajes de Ohm. Suspiró y lo arrojó a un lado. Estaba demasiado cansado para quitarse la ropa de viaje y meterse en la cama. Estaba a punto de quedarse dormido, cuando su teléfono empezó a sonar.

Lo contestó rápidamente.

–Ah, hola, Layla.

–¡Vaya, qué entusiasmo! ¿Se ha muerto alguien?

–Casi. Y ha sido culpa mía.

–¿Cómo? ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Fluke le contó a su amiga la hospitalización de la abuela de Ohm y todo lo ocurrido.

–Así que, como comprenderás, he tenido que marcharme porque volvería a ocurrir. No puedo hacer que mi pasado desaparezca.

–No, pero Ohm tal vez sí. Le costará una pasta, pero si te ama,

¿qué es para él unos cuantos miles de libras más o menos?

–Él no me ama –suspiró Fluke–. Se siente responsable de mí. Se preocupa por mí y por el bebé, pero amor... No lo creo. Si así fuera, ¿por qué ni siquiera me lo ha dicho?

–¿Sabes cuál es tu problema? Yo lo sé, porque tengo el mismo problema que tú –comentó Layla–. No has experimentado una infancia segura y llena de cariño, así que no reconoces el amor ni, aunque lo tengas delante de las narices. No te fías ni aun cuando lo puedes ver. Creo que,

si un hombre está dispuesto a gastarse miles de libras para protegerte de la humillación, está completamente loco o locamente enamorado.

¿Podría ser eso cierto? ¿Lo amaba Ohm?

–Nunca me ha dicho que me ame...

–¿Se lo has dicho tú a él?

–No, pero...

–¡Ja! Pues ahí tienes tu problema. Los dos son demasiado orgullosos para expresar lo que sienten. Alguien tiene que dar el primer paso para ser vulnerable.

–De repente, pareces una experta en relaciones.

–Y lo soy –comentó Layla con una carcajada–, aunque no he tenido nunca una relación romántica ni es muy probable que la tenga.

Unos minutos más tarde, Fluke dio por terminada la llamada. Se metió en la cama con el teléfono contra el pecho. ¿Debería llamar a Ohm? Se mordió el labio y miró la pantalla. Esa llamada podría añadir incluso más dolor a su vida. ¿No era mejor dejar las cosas como estaban? le había dicho todo lo que necesitaba decir. Si no hubiera sido por el bebé, jamás habrían reanudado su relación. Fluke tan solo sería otro examante de el que él se olvidaría con el tiempo.

Sin embargo, necesitaría todo el tiempo del mundo para olvidarse de él.

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