Capitulo Tres



Un breve tiempo después, Fluke estaba apoyado sobre almohadones sobre la cama de Ohm. El suave pie de cama, de cachemir, le cubría las piernas. Estaba esperando la comida que Ohm le había pedido. En aquel momento, sonó el timbre de la suite y Ohm fue a abrir la puerta. Un joven camarero, al que Fluke había visto un par de veces en la sala del personal, entró con el carrito. El camarero se quedó muy sorprendido al ver a Fluke, pero, antes de que él le pudiera explicar por qué estaba tumbado en la cama de un huésped del hotel, Ohm le entregó una generosa propina y le informó que su prometido ya no iba a trabajar más para el hotel.

–Pero yo no he accedido a... –protestó Fluke.

–Enhorabuena –comentó el joven con una sonrisa mientras se metía el dinero en el bolsillo–. Muchas gracias, señor. Se lo agradezco mucho. Espero que disfrute su estancia.

–Ya la estoy disfrutando enormemente –replicó Ohm.

Cuando el camarero se hubo marchado, Fluke le recriminó a Ohm sus palabras cuando se inclinó sobre él para colocarle la bandeja de deliciosa comida sobre el regazo.

–¿Prometido? ¿Es que no has escuchado ni una sola palabra de lo que te he dicho antes?

Tras colocarle la bandeja en el regazo, Ohm se sentó al borde de la cama, a su lado.

–Solo estaba pensando en tu reputación, caro. ¿Quieres que el personal del hotel empiece a hablar del empleado de limpieza que se ha metido en la cama de un huésped? Convertirte en mi prometido te ofrece un elemento de respetabilidad, ¿no te parece?

Ohm tenía toda la razón, pero Fluke no quería admitirlo.

–Hablarán de todos modos, pero esa era tu intención, ¿verdad? Se hablará de nuestro supuesto compromiso por todo el hotel y Dios sabe por cuántas plataformas de redes sociales en cuestión de minutos.

–Mejor. Así no tendré que hacer un anuncio oficial. La rumorología funciona más rápido.

–No voy a consentir que me obligues a casarme contigo, Ohm. Tal vez estés acostumbrado a salirte con la tuya en el mundo de los negocios, pero conmigo no.

Ohm levantó una ceja. El brillo iluminó sus ojos.

–Si no recuerdo mal, solo tardé cuarenta y dos minutos en llevarte a la cama el primer día en el que nos conocimos.

Fluke sintió que se ruborizaba.

–No volverá a ocurrir.

Ohm se inclinó sobre él para deslizarle un dedo sobre las sonrojadas mejillas.

–¿Estás seguro de eso, tesoro mío? Recuerda lo bien que estábamos juntos. Tan explosivos...

Fluke lo recordaba todo demasiado bien. Antes de conocer a Ohm, nunca había experimentado ningún orgasmo con un amante. No había disfrutado del sexo del modo debido hasta que sus caricias la habían hecho arder de placer. Se preguntó si podría volver a hacer el amor con otro hombre. Solo pensar en la posibilidad de hacerlo con otro hombre le ponía el vello de punta.

–Mira, sé que quieres hacer lo que crees que debes hacer y todo eso, pero de verdad Ohm, lo de casarse es llevar todo esto a extremos ridículos.

Podemos ser padres de nuestro hijo sin...

–Quiero que mi hijo tenga mi apellido y mi protección. Quiero que viva en mi casa, para que yo pueda estar implicado en todos los aspectos de su crianza. Ser padre a tiempo parcial no es una opción.

Fluke apartó la bandeja al otro lado de la cama. Había perdido por completo el apetito. Entonces, se levantó de la cama.

–No quiero hablar de esto. Ahora no.

Se dirigió a la ventana y se colocó de espaldas a él, con los brazos cruzados sobre el pecho. El sol había desaparecido y unas nubes de aspecto amenazador avanzaban desde El Asiento de Arturo, convirtiendo la oscura fortaleza del castillo de Edimburgo en un lugar aún más imponente.

–¿Vendrás al menos conmigo a Sicilia? Considéralo unas vacaciones. Déjame que cuide de ti y del bebé. Podrás tomar la decisión definitiva dentro de unas semanas.

¿Qué tenía Fluke que perder por marcharse con él? Podría hacerlo durante un par de semanas, mientras se ponía más fuerte. La vida había sido muy dura desde que él lo abandonó. Había resultado muy difícil tratar de trabajar y de afrontar las náuseas y la fatiga habituales en las primeras semanas de embarazo. Si no hubiera sido por la ayuda de su amiga Layla, Fluke no sabía qué hubiera hecho. No tenía familia a la que recurrir para que lo ayudaran. No había nadie o, al menos, nadie que quisiera que cuidara de él.

–¿Aceptarás mi decisión? –le preguntó con cierto escepticismo.

–La respetaré cuando esté seguro de que estás en buenas condiciones físicas y mentales para tomarla –respondió. Se levantó de la cama y recogió la bandeja para llevarla a una mesa cercana–. Ahora, come mientras yo lo organizo todo. Nos marcharemos mañana mismo. No te preocupes de hacer la maleta. La mayoría de tus cosas siguen en mi casa.

Fluke frunció el ceño.

–¿Por qué?

–No tenía ninguna dirección a la que enviártelas. Decidí esperar a tener noticias tuyas.

–¿No sentiste la tentación de tirarlas a la basura?

–Claro que sí –respondió él con una sonrisa–, pero pensé que me resultaría mucho más satisfactorio que las recogieras en persona.

Cuando Fluke se despertó de una profunda y refrescante siesta, estaba solo en la suite. Se levantó de la cama y se estiró. Se sentía inmensamente aliviado. Durante un instante, se preguntó si debería marcharse del hotel mientras tenía la oportunidad, desaparecer antes de que las cosas se complicaran aún más y terminara cayendo en la tentación que suponía la compañía de Ohm. Sin embargo, ¿iba a cambiar algo si huía? Iba a tener un hijo suyo y Ohm tenía todo el derecho del mundo a estar implicado en su crianza. Él había expresado el deseo de estarlo y Fluke tenía que respetarlo.

Sin embargo, marcharse a Sicilia con él era dar un paso muy grande. Y peligroso. Pero seguir trabajando en un empleo que no estaba hecho para Fluke le provocaba más conflicto que pasar dos semanas en la casa de Ohm. Sabía que Layla solo le había dado el empleo como un favor personal y que, además, a medida que avanzara el embarazo no podría seguir trabajando.

Sacó el teléfono móvil del bolso y marcó el número de Layla. Cuando ella contestó, le explicó brevemente la situación.

–¿De verdad vas a volver a Sicilia con él? –le preguntó Layla completamente escandalizada–. Pensaba que habías dicho que no querías volver a verlo.

–Sí, bueno... Parece que no le había juzgado muy bien. Parece muy ilusionado con lo del bebé e insiste en casarse conmigo. Yo no he accedido a nada, por supuesto. ¿Cómo podría hacerlo, dado lo diferentes que son nuestras trayectorias?

–¿Matrimonio? Eso es un poco extremo, ¿no te parece?

–Esas fueron exactamente mis palabras –dijo Fluke–. Él no me ama y lo último que quiero hacer es casarme con alguien que no me ama. Sin embargo, tan solo me voy a Sicilia con él para pasar unos días de vacaciones. Creo que se lo debo.

–Pero tu pasado podría ser un problema para él. ¿Has pensado en decírselo? ¿Y lo de las fotos también?

–No puedo hacer ninguna de las dos cosas. No puedo correr el riesgo de que él me mire como si yo fuera algo despreciable.

–Sí, te entiendo, pero ¿y si no fuera así? ¿Y si no le importa lo que ocurrió en tu pasado? Estuviste con él dos meses sin que nadie se enterara. ¿Por qué iba a ser diferente si te casas con él?

–Cuando solo era una aventura, nadie nos prestaba atención. ¿Te puedes imaginar el interés que provocaría en la prensa el anuncio de nuestro compromiso? Él es uno de los solteros más codiciados de Italia. Todo el mundo querrá saber todo lo que pueda sobre la persona que él ha elegido como esposo.

–¿Y es aconsejable ir a Italia con él? Es decir, me parece que no tienes fuerza de voluntad en lo que se refiere a ese hombre. Él fue el único hombre con el que te has acostado la primera noche, ¿recuerdas? Tú. El chico que tiene que salir con alguien unas cinco veces antes de que consideres darle un beso. Y para lo de acostarse, ya ni te cuento.

–Y eso me lo dices tú, que ni siquiera llegas a besarlos y que los rechazas sin pensar.

–Ya sabes las razones que tengo para eso –replicó Layla–. Has visto mi cojera y las cicatrices que tengo en la pierna. Los hombres de hoy son muy blanditos de estómago.

–Un día, conocerás a un hombre que ni siquiera se dé cuenta de que cojeas ni de que tienes cicatrices.

Layla soltó una seca carcajada.

–Dejé de creer en los cuentos de hadas hace mucho tiempo. De todos modos, no estamos hablando sobre mí, sino sobre ti. Me preocupa que vayas a pasarlo mal otra vez...

–Esta vez sé lo que estoy haciendo. No voy a hacer nada precipitado.

–Tal vez lo amas, pero no quieres admitirlo.

Efectivamente, los sentimientos que Fluke tenía hacia Ohm eran, como poco, confusos. Sin embargo, no iría tan lejos como para decir que estaba enamorado de él. No obstante, tampoco podía comprender por qué la atracción que sentía hacia él era tan poderosa e irresistible.

–No estoy enamorado de él. Encaprichado, tal vez, pero eso no es suficiente para construir un matrimonio.

–Eso no lo sé, pero es un buen comienzo. Además, un matrimonio de conveniencia puede en ocasiones convertirse en otra cosa. Ocurre.

–Pensaba que habías dejado de leer cuentos de hadas...

–Touché –comentó Layla, riendo–. Ahora en serio, Fluke. Deberías pensártelo. Han hecho un bebé juntos. Sería maravilloso poder criarlo en un hogar seguro y estable, muy diferente al que tuvimos nosotros en nuestra infancia. Y podrías casarte con alguien mucho peor que con Ohm Thitiwat.

–Lo sé, pero es un paso muy importante y necesito más tiempo para pensarlo.

Ohm había entrado como un vendaval en su vida, haciéndole sentir cosas que no quería sentir. Cuanto más cerca estaba de él, más peligroso era. El deseo a menudo se enmascaraba como amor y viceversa. Amar a alguien era demasiado peligroso. Le daba a esa persona el poder de hacer daño. Fluke no se podía permitir volver a sentir el destrozo emocional que había experimentado en su infancia.

–¿Quiere acostarse contigo? –le preguntó Layla–. Es decir, ¿te ha dado esa sensación?

–Es un hombre de treinta y cinco años con la sangre muy caliente. Por supuesto que me ha dado esa sensación, pero yo voy a hacer todo lo posible por resistirme.

–Pues buena suerte.

A Fluke le daba la sensación de que iba a necesitar mucho más que suerte. Más bien, iba a necesitar un verdadero milagro.

Cuando Ohm regresó a la suite, Fluke estaba de pie junto a la ventana, admirando la vista del castillo de Edimburgo y de los jardines de Princess Street. Se volvió a mirarlo cuando él entró, pero resultaba difícil leer la expresión de su rostro.

–¿No te preocupaba que fuera a salir huyendo?

Ohm se encogió de hombros.

–Te habría encontrado sin mucha dificultad. La dirección del hotel tiene tu dirección –dijo mientras le mostraba una pequeña bolsa de viaje–. Me he tomado la libertad de ir a tu piso para recoger algunas de tus cosas. Tu casera fue de lo más amable cuando le dije que éramos pareja.

–¿Que has hecho qué? –preguntó Fluke furioso–. No tenías ningún derecho a...

–Como padre de tu bebé tengo el derecho de asegurarme que tu salud y tu bienestar sean mi prioridad principal –replicó él– . Ya tengo vuelo para mañana. Puedes pasar aquí la noche conmigo.

–No pienso dormir en la misma cama que tú –le espetó Fluke con furia–. No puedes obligarme.

–Por mucho que me gustaría demostrarte que estás equivocado, caro, en esta ocasión cederé gustosamente mi lugar en la cama y dormiré en el sofá. Tú necesitas descansar antes de que viajemos mañana.

–Quiero dejarte una cosa muy clara –afirmó Fluke –. Solo me voy a Sicilia contigo para descansar y recuperarme. No para reiniciar nuestra... nuestra aventura.

–Bien, pero en mi casa tendrás que compartir mi cama porque no quiero que mis empleados empiecen a especular sobre nuestra relación. Estarás allí como mi prometido. Eso es lo único en lo que no voy a ceder. Tú ya no eres un amante cualquiera. Eres el padre de mi futuro hijo.

–Crees que no seré capaz de contenerme, ¿verdad? Crees que, cuando esté tumbado a tu lado, no me podré resistir y te suplicaré para que me hagas el amor.

Eso era exactamente lo que Ohm pensaba. El problema era que a él le

pasaba exactamente lo mismo. Lo deseaba tanto como siempre lo había hecho, tal vez más aún.

–La decisión de si retomamos o no nuestra relación física dependerá enteramente de ti.

Fluke se dio la vuelta para ponerse de nuevo de espaldas a él.

–¿Cuántos amantes has tenido desde que me marché? ¿O acaso has perdido ya la cuenta?

Ohm no vio razón alguna para mentir.

–Ninguno.

Fluke se volvió de nuevo para mirarlo, completamente atónito.

–¿Ninguno? Pero si vi fotos de ti con... –se interrumpió antes de seguir hablando. Comenzó a morderse el labio inferior salvajemente.

–Tuve citas, sí –admitió él con una sonrisa–, pero no me acosté con nadie.

–¿Por qué no?

–No me pareció apropiado hasta que hubiera podido resolver lo que fue mal entre nosotros.

–Pero tú tuviste muchas rupturas antes de la nuestra. ¿Es normal que te tomes un tiempo de reflexión entre relaciones para reflexionar lo que fue mal?

–No, pero lo normal también es que sea yo quien termine la relación y siempre sé por qué la he terminado.

–Así que te escoció, ¿verdad?

Le escocía más de lo que Ohm quería admitir.

–Si no hubiera sido por el embarazo, ¿habrías terminado nuestra relación como lo hiciste?

–El tiempo que empleas en tus relaciones no es muy grande, Ohm, pero tampoco lo es el que empleo yo. Tarde o temprano, nos habríamos terminado aburriendo.

–Pues no mostraste señal alguna de aburrimiento. No recuerdo un amante más entusiasta.

Fluke se sonrojó delicadamente.

–Fue solo sexo.

–¿Sí?

Ohm había disfrutado de muchas relaciones que habían sido solo sexo, pero no se habían parecido en nada a lo que habían compartido en aquellas dos apasionadas semanas.

Fluke se apartó un poco, como si no confiara en sí mismo estando cerca de él. Ohm tampoco se fiaba de sí mismo y tuvo que mantener una firme rienda sobre su autocontrol porque lo único que quería hacer era demostrarle lo bien que estaban juntos, recordarle la ardiente pasión que fluía con tanta naturalidad entre ellos.

–Ahora solo me deseas porque no me puedes tener. Me he convertido en un desafío para ti.

–Y tú solo te resistes porque los dos sabemos que, si me acercara a ti y te besara, te tendría en esa cama desnudo en menos de dos minutos.

Fluke lo miró fijamente, pero él notó el esfuerzo que le costaba. El cuerpo de Fluke tembló ligeramente como si estuviera recordando cada vez que habían caído desnudos en una cama.

–Ni lo pienses –dijo Fluke, con voz entrecortada. Le miró los labios, como si estuviera recordando lo que sentía cuando lo besaba.

Ohm estaba tratando desesperadamente de no pensarlo. Estaba empezando a excitarse solo con estar en la misma habitación que Fluke. Nunca antes había besado unos labios que le respondieran de la misma manera. Aún recordaba lo suaves que eran los de Fluke, el dulce sabor a vainilla y a miel, la pasión y el fuego que proporcionaba la juguetona lengua.

Antes de que pudiera contenerse, Ohm se acercó a él. Le dio tiempo a Fluke para apartarse si así lo deseaba, pero él permaneció completamente inmóvil. Las pupilas se le dilataban a medida que él iba acercándose. Tuvo que tragar saliva y humedecerse los labios con la punta de la lengua. Ohm le agarró el cabello y vio cómo Fluke, momentáneamente, cerraba los ojos como si fuera un gato que anticipaba la siguiente caricia de su amo.

–Dime que no te gusta que te toque así, tesoro... –susurró mientras le trazaba el contorno de los labios con la yema de los dedos, gozando con el modo en el que él separaba los labios con un suave gemido de necesidad.

Fluke le colocó las manos sobre el torso. Para Ohm, el tacto resultó tan potente como un hierro al rojo y tuvo que contenerse para no estrecharlo contra su cuerpo. Fluke le agarró la tela de la camisa y se acercó un poco más, como animado por una fuerza que escapaba a su control, la misma fuerza que atraído el cuerpo de Ohm al de él. Ohm contuvo el aliento cuando los labios de Fluke entraron en contacto con los suyos. La sangre se le acumuló en la entrepierna, hinchándosela y tensándosela. ¡Lo había echado tanto de menos! Había echado de menos el contacto de su cuerpo, respondiéndole, necesitándole tanto como él lo necesitaba. El febril deseo se abría paso a través de su cuerpo con cálidas oleadas, provocando sensaciones parecidas a una descarga eléctrica por todo su cuerpo. Le deslizó una mano por la base de la espalda. Las rotundas curvas de su trasero estaban tan cercanas a la mano que esta vibraba con las sensaciones. No podía apartar los ojos de su boca.

–Si me besas, las cosas se complicarán aún más –susurró Fluke.

Ohm le deslizó la otra mano por la delicada curva de la mejilla, cuyo tacto era tan suave como el del pétalo de una rosa. El deseo vibraba en su cuerpo.

–No me parece que sea un no. Quiero oírte decirlo. Dime que no quieres que te bese...

Los ojos de Fluke eran luminosos y brillaban con el mismo deseo que él estaba experimentando por todo su cuerpo.

–¿Por qué estás haciendo esto?

Los ojos de Fluke pasaron de la boca a los ojos y luego a la boca de nuevo. «Porque aún te deseo». La mano de Ohm se deslizó delicadamente desde la base de la espalda hasta la parte posterior de la cabeza de Fluke y se hundió en la sedosa suavidad de su nube de pelo. Empezó a masajearle la cabeza con los dedos del modo que tanto le había gustado en el pasado.

–¿Qué estoy haciendo, caro?

–Estás haciendo que te desee.

–¿Y eso es malo? –le preguntó Ohm sin dejar de mirarlo.

Su cuerpo estaba tan tenso por el deseo que le resultaba difícil pensar.

Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para mantener el control. ¿Había deseado alguna vez a alguien más que a Fluke? Era como un tornado en su cuerpo, un tornado que se apoderaba de él hasta que no podía pensar en nada más que en hundirse en su húmedo y tibio cuerpo.

Fluke apretó los labios tan firmemente que pasaron de mostrarse rojos a estar totalmente blancos. Sin embargo, en cuanto los soltó, se volvieron a llenar de sangre y Ohm deseó cubrirlos con los suyos.

–Me he pasado tres meses tratando de olvidarte, Ohm...

Ohm le acarició suavemente la mejilla.

–¿Y lo has conseguido?

Fluke cerró un instante los ojos. Le soltó la camisa para agarrarle la cabeza y obligarle a bajarla, de manera que la boca de Ohm quedó a pocos centímetros de la suya.

–No, maldito seas... no...

Ohm llevaba soñando con aquel momento tres vacíos y solitarios meses. Fue la única invitación que necesitó. Cerró la distancia que separaba sus bocas y dejó que empezaran los fuegos artificiales. Fluke se había asegurado de que estaba preparado para que Ohm lo besara. Lo había besado tantas veces antes que tendría que haberse imaginado lo que podía esperar. Sin embargo, en cuanto los labios de él rozaron los suyos, se produjo una explosión en su cuerpo. Deseos y necesidades que casi había olvidado cobraron vida como si fueran brasas que se convertían en llamas y en chispas. Los labios de Ohm se movían contra los suyos, besándolo embriagadora, lenta y sensualmente. La parte inferior del cuerpo de él se había pegado al suyo con un contacto tan erótico que hacía que le temblaran las piernas. Los impulsos eléctricos viajaban rápidamente desde los labios al vientre. Aquel beso tan hábil hacía vibrar cada célula de su cuerpo y darle vida.

Ohm profundizó el beso con un potente movimiento de la lengua contra el borde los labios y Fluke se abrió ante él como una flor que se abría ante los primeros rayos de la primavera. ¿Cómo había podido sobrevivir durante meses sin que aquella mágica locura recorriera su cuerpo? ¿Cómo había podido sobrevivir sin el contacto de sus brazos, rodeándolo como si no quisiera dejarlo marchar? Le rodeó el cuello con los suyos, desesperado por mantener la boca pegada a la de él.

Desesperado por volver a sentirse vivo, por experimentar la tormenta de feroz atracción que vibraba entre ambos.

Nadie besaba como Ohm. Sus besos eran como una potente droga sin la que había vivido demasiado tiempo. Tras volver a saborear de nuevo sus labios, volvía a sentir la adicción. Ohm siguió explorándole con la boca, entrelazando la lengua con la de él con una exquisita e hipnótica coreografía que le causaba una placentera sensación en el estómago. Fluke se apretó contra él un poco más, algo asombrado por los sonidos de placer que hacía, pero era incapaz de detenerse. Deseaba aquello. Lo deseaba a él.

Nunca había dejado de desearle.

Ohm le enmarcó el rostro con una mano. La otra se la colocó en el final de la espalda, sujetándolo con fuerza contra su creciente erección. Al sentir el deseo de Ohm, el propio deseo de Fluke se acrecentó más aún hasta que, prácticamente, comenzó a frotarse contra la de él para satisfacerse. Ohm le mesó el cabello con la mano, tirando de los mechones un poco, lo justo para crear tensión, la clase de tensión que hacía que él temblara de la cabeza a los pies y se rindiera por completo. ¿Cómo podía resistirse a Ohm? ¿Cómo podía resistirse a los sentimientos que solo él era capaz de evocar en él? Pasión caliente e irresistible, una pasión que le hacía olvidarse de todo menos de las necesidades biológicas de sus cuerpos, de la necesidad de unirlos del modo más primitivo, crear una tumultuosa tormenta y liberar un gozoso clímax.

De repente, el beso terminó.

Ohm se apartó de él como si el director de una película hubiera mandado parar el rodaje. Tenía una expresión enmascarada en el rostro, aunque sus ojos eran brillantes y aún tenían las pupilas dilatadas.

–Bueno, al menos eso es algo que no ha cambiado –dijo con un cierto tono de triunfo en la voz que le hizo a Fluke desear no haber respondido de esa manera tan transparente y desesperada. Una vez más. ¿Acaso no tenía ningún tipo de resistencia a él? ¿Por qué?

Se apartó de Ohm y se golpeó un mechón de cabello con gesto de una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.

–¿A qué hora nos marchamos mañana? –le preguntó para cambiar de tema. Era la única manera de restaurar parte de su dignidad.

No podía evitar pensar que él había orquestado aquel beso para demostrar que él era capaz de dominar siempre su autocontrol. Fluke siempre se había sentido como pez fuera del agua en lo que a él se refería. Era un hombre sofisticado y elegante y él estaba lleno de vergonzosos secretos.

–A media mañana. He pedido que así fuera para que puedas dormir.

–¿Solo? –le preguntó con una penetrante mirada.

Ohm le respondió con un misterioso brillo en los ojos.

–Dejaré que seas tú quien lo decida.

Comment