Capitulo Dos



Fluke se cambió el uniforme de trabajo por su ropa de calle.

Ya no disponía de las prendas de diseño que Ohm le había comprado. Lo dejó todo, dado que no quería nada que le recordara a la relación que habían tenido... a excepción de lo que llevaba dentro de su cuerpo.

Normalmente, se ponía ropa práctica y barata. Se puso unos chándales negros y un jersey de manga larga, pero, en vez de ocultar sus formas, las prendas parecían realzarlas. Se acarició el vientre con la mano. Era imposible que el bebé hubiera crecido en las últimas horas... Se apartó el jersey del abdomen, pero, en cuanto lo soltó, este volvió a ceñirse delicadamente contra su cuerpo.

Se puso la chaqueta, aunque hacía demasiado calor para llevarla en el interior del hotel. Se abrochó los botones y se miró al espejo del vestuario. Hizo todo lo posible por ignorar a su conciencia, que le preguntaba hasta dónde era capaz de llegar para evitar que Ohm se enterara de su embarazo.

Sacó la pequeña bolsa con crema hidratante para su rostro del bolso e hizo todo lo que pudo por refrescar sus rasgos. Cuando terminó, se abrió de nuevo la chaqueta para pasarse una vez más la mano por el vientre. ¿Era imaginación suya o el bebé parecía estar más activo que de costumbre?

Estaba acostumbrado a decir que era su bebé, pero lo era también de Ohm. Su conciencia le dedicó un nuevo aguijonazo. El bebé de Ohm y él tenía todo el derecho del mundo a saberlo. ¿Acaso no había pensado así siempre? Lo del contrato de Nueva York ya era historia, entonces, ¿por qué no podía decirle lo del bebé? Existía el riesgo de que pudiera rechazar al bebé, pero Fluke no le pediría su implicación si él no lo deseaba.

El hecho de que Ohm pudiera rechazar al bebé le provocaba un nudo en el corazón. Lo único que no deseaba para su hijo era un padre que no lo quisiera. Aquello era algo que Fluke ya había experimentado y que, tras el rechazo, había dado paso a años y años de casas de acogida, sin pertenecer nunca a nadie, sin que nadie decidiera adoptarlo. Sin sentirse nunca amado.

No. Su bebé se merecía algo mejor y él haría todo lo que estuviera en su mano para darle a su hijo la mejor infancia que pudiera, con o sin el apoyo de Ohm.

Respiró profundamente y volvió a abrocharse la chaqueta. Buscaría la oportunidad de decírselo durante el tiempo que estuvieran tomando la copa.

El bar del hotel estaba en el entresuelo. Fluke entró muy nervioso, con un nudo de tensión en el estómago. Ohm estaba sentado en un rincón apartado, ocupando uno de los dos sillones de estilo Chersterfield. Como si hubiera presentido que él había llegado, levantó la mirada del teléfono móvil y se fijó inmediatamente en él. Fluke sintió como una especie de descarga eléctrica por todo el cuerpo. Era como si los dos fueran las únicas personas que había en el bar o en el planeta o en el universo.

Por mucho que se esforzara, no podía apartar la mirada de él. Había quedado prendido en los ojos de él y su cuerpo parecía estar a sus órdenes, como si Ohm lo hubiera programado con sus coordenadas particulares.

Aún iba vestido con el traje azul oscuro y la camisa blanca, pero se había puesto una corbata plateada y negra. Aquel pequeño cambio produjo en Fluke una extraña sensación. Siempre había admirado la atención que Ohm prestaba a todos los detalles en lo que se refería a las citas. Durante los meses que había estado con él, Fluke no había abierto ni una sola puerta de un coche ni nunca había tomado asiento sin que Ohm esperara a que él lo hiciera primero. Era tan diferente del modo en el que lo habían tratado los otros hombres de su vida que se había sentido muy especial y había disfrutado cada instante, sintiéndose alguien de mucho valor para él.

Ohm se levantó al ver que él se acercaba. Lo miró de arriba abajo. –Estás muy guapo, pero te prefería con ese uniforme tan sexy de camarero– murmuró.

Fluke sonrió muy secamente y se sentó en el otro sillón. Después, colocó el bolso sobre el suelo.

–Espero que este hotel no tenga normas que prohíban la confraternización de los empleados de la limpieza con los huéspedes.

–Si la hay, yo me ocuparé de ella –dijo él. Entonces, frunció el ceño–. ¿No te quieres quitar la chaqueta? Hace calor aquí.

–No. Todavía no.

–¿Qué te apetecería beber? –le preguntó Ohm mientras le hacía una seña al camarero.

–Algo sin alcohol. Una limonada.

Ohm levantó las cejas muy sorprendido.

–¿No te apetece champán? ¿O un cóctel? Antes te encantaban...

–¿Sabes ese dicho que dice «cuando la vida te da limones...»?

Pues solo tengo que decirte que ahora me encanta la limonada.

Ohm pidió las bebidas al camarero y, cuando se quedaron solos, estudió el rostro de Fluke durante un largo instante.

–Pareces otro. ¿Tanto te molesta mi compañía?

Fluke sintió que se ruborizaba.

Además, la chaqueta estaba empezando a hacer que se sintiera como si estuviera sentado en una sauna.

–Me ha sorprendido bastante encontrarme contigo de esa manera, mientras estaba haciendo tu habitación. Yo... aún no me he recuperado –dijo. La respuesta parecía totalmente razonable y era más o menos la verdad.

–Eso es cierto.

En ese momento, el camarero regresó con sus bebidas y las colocó encima de la mesa antes de marcharse discretamente.

Ohm observó cómo Fluke tomaba un generoso sorbo de limonada y frunció el ceño. La limonada estaba fría y dulce, pero no parecía estar ayudándolo en nada a reducir el rubor que le cubría el rostro. Tenía gotas de sudor en la línea del cabello y parecía estar muy acalorado.

–¿Por qué me miras de ese modo? –le preguntó Fluke tras colocar el vaso sobre la mesa.

–No eres feliz.

–No veo por qué eso podría ser asunto tuyo –replicó Fluke mientras se apartaba un mechón del rostro, incómodo ante tal escrutinio y temeroso de lo que Ohm podría descubrir.

–Yo podría haberte hecho muy feliz, caro...

–¿Cómo? –preguntó Fluke cruzándose de piernas–. ¿Vistiéndome como tú muñeco? ¿Ser un juguete con el que solo jugabas cuando te apetecía? No, gracias.

–Te dije que ese contrato era muy importante para mí. Es una pesadilla conseguir que Bruno Romano se tome un café contigo, con lo que mucho más negociar una cadena hotelera de ese tamaño. Siento que tú pensaras que no te hacía caso.

–¿Por qué te interesa este hotel? No sabía que te interesaba tener propiedades en Escocia.

–No lo estaba hasta que te conocí a ti. Tú despertaste mi interés

–comentó él tras tomar un sorbo de whisky.

Saboreó el líquido durante un instante antes de tragarlo.

Fluke no podía apartar la mirada del movimiento de la bronceada garganta, observando la barba que había comenzado a aparecerle alrededor de la boca y por la mandíbula. Apretó con fuerza el vaso, recordando el sensual tacto de aquella piel y el modo en el que gozaba cuando sentía cómo le arañaba suavemente la piel y entre los muslos...

Lo miró de nuevo, tratando de mantener la conversación con una expresión neutra en el rostro.

–¿Vas a comprarlo?

Ohm apretó el vaso de whisky entre las dos manos. Sus largos dedos se solapaban unos encima de otros. Una vez más, recordó cómo aquellos dedos provocaban un caos en sus sentidos cuando acariciaban su cuerpo.

–Hasta ahora me gusta lo que he visto –comentó. De algún modo, Fluke no se sintió del todo seguro de que Ohm estuviera hablando sobre el hotel.

Fluke dejó escapar un tembloroso suspiro y tomó otro sorbo de limonada. Era totalmente consciente de que él lo estaba mirando. Tenía demasiado calor por la chaqueta que llevaba aún puesta, pero también por estar tan cerca del hombre que había hecho arder cada centímetro de su cuerpo con sus caricias.

Ohm se inclinó hacia delante y dejó el whisky sobre la mesa. Después, se reclinó sobre el asiento y colocó las manos sobre los muslos.

–Dime por qué dejaste tus estudios de Bellas Artes.

Fluke se encogió de hombros. Sabía que ya se lo debería haber dicho a Ohm. Su conciencia lo animaba a hacerlo, pero no era capaz de encontrar el valor suficiente.

–Perdí interés cuando regresé al Reino Unido. Ya me había perdido la mitad de un semestre por estar en Italia contigo.

Recordarás que solo había planeado que serían dos semanas.

–Seguramente, podrías haberlo recuperado.

–No me apetecía –dijo mirando el interior del vaso de limonada–. Era una utopía pensar que me podría ganar la vida pintando retratos. Decidí que no merecía la pena el esfuerzo de intentarlo.

Ohm frunció un poco más el ceño.

–No creo que limpiar habitaciones de hotel te vaya a satisfacer a largo plazo.

El orgullo hizo que Fluke tensara los hombros y entornara la mirada.

–Ten cuidado, Ohm. Se te nota tu infancia privilegiada. De todos modos, mi amiga Layla sí ha conseguido ganarse la vida así o lo está empezando a hacer.

–Pero tú eres un artista, no un hombre de negocios.

Fluke lanzó una carcajada.

–Hablando así parece que me conoces. No es así.

–Te conozco lo suficientemente bien como para saber que no te sentirás

satisfecho a menos que puedas expresar tu creatividad –afirmó Ohm. Se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando los antebrazos sobre los muslos para poder mirarlo con intensidad–. Tengo una propuesta para ti. De negocios, no personal.

Fluke levantó las cejas.

–¿Sí? A ver si lo adivino... ¿Quieres que pinte tu retrato?

–No. En realidad, el de mi abuela. La madre de mi madre. Está a punto de cumplir los noventa años y resulta difícil agradarle. No creo que le haya gustado nunca nada de lo que le he comprado, pero he pensado que un retrato podría ser un bonito regalo para ella.

Fluke se mordió los labios. Resultaba irónico que Ohm le ofreciera su primer encargo. No podía aceptarlo, pero al pensar en el dinero que él estaría dispuesto a pagar, le hizo pensárselo. Sin embargo, ¿por qué querría encargárselo a él? ¿Acaso pensaba que podía tener una nueva aventura romántica con él? Fuera lo que fuera, Fluke no podía evitar sentirse intrigado por la familia de Ohm. Casi nunca le había contado nada sobre su pasado y él había evitado igualmente mencionar el suyo. De algún modo, habían llegado a un acuerdo tácito para no hablar de las familias.

–Estoy seguro de que hay otros artistas, mucho más reputados que yo, a los que podrías encargárselo –comentó.

–Te quiero a ti –dijo Ohm, con un brillo en los ojos que parecía sugerir que no solo era la habilidad artística de Fluke lo que le interesaba.

Fuera como fuera, la posibilidad de reiniciar de nuevo su relación, por muy excitante que pudiera resultar, estaba totalmente descartada.

Fluke dejó el vaso sobre la mesa y se puso de pie.

–Lo siento. No estoy disponible.

–Piénsalo, Fluke. El precio lo pones tú.

Fluke estaba lo suficientemente cerca como para oler el aroma que emanaba

de la piel de Ohm, para ver las tonalidades marrones y verdosas que le adornaban los iris de los ojos y les daban un aspecto de caleidoscopio. El aire parecía vibrar de energía. De una tensión sexual tan poderosa que le despertaba deliciosas sensaciones en su interior y le hacía recordar el placer que había experimentado entre sus brazos, un placer que no había podido borrar de su pensamiento. Lo tenía grabado en el cerebro y en el cuerpo, de manera que, cada vez que Ohm estaba cerca de él, la carne le vibraba de excitación.

Sabía que tenía impedir aquello allí mismo y en aquel mismo instante. No podía acceder a pasar tiempo con Ohm bajo ninguna circunstancia. Él le había dicho que podría ponerle precio, pero a Fluke le daba la sensación de que él terminaría pagando un precio aún mayor.

–Ohm, hay algo que tengo que decirte...

–¿De qué se trata?

Fluke lo miró y volvió a sentarse. Tenía un nudo en la garganta.

–La razón por la que me marché tan repentinamente... –empezó.

«Dios,

¿por qué era aquello tan difícil?»–. Tenía miedo de cómo reaccionarías y yo...

Ohm frunció el ceño.

–¿Acaso me engañaste? Dime, Fluke. ¿Me fuiste infiel?

El tono de su voz reflejaba más dolor que ira. Fluke sintió deseos de soltar una carcajada ante lo absurdo de aquella idea. Él era el amante más maravilloso y excitante y le había echado mucho de menos cada día desde que se separaron.

Probablemente, lo seguiría echando de menos durante el resto de su vida.

–No, por supuesto que no. No es eso.

–Entonces, ¿de qué se trata?

Fluke respiró profundamente y, lentamente, lo dijo.

–Estoy... embarazado.

Ohm lo miró sin reaccionar, como si no hubiera comprendido lo que había dicho.

–Ohm, voy a tener un bebé –añadió mientras se desabrochaba la chaqueta para dejar al descubierto el ligero abultamiento de su abdomen.

Ohm frunció las cejas y palideció. Todos los músculos de su rostro se tensaron.

–¿Estás... embarazado? –replicó él por fin, con una mezcla de sentimientos que iban desde la sorpresa al horror, pasando por la ira y el dolor.

Fluke se apretó las manos sobre el vientre y se preparó para el rechazo.

–No quería decírtelo porque...

–¿Es... mío?

–Yo...

Fluke fue incapaz de seguir hablando cuando por fin experimentó el dolor que le había causado aquella pregunta. Ohm tenía todo el derecho del mundo a preguntar, pero a él le dolía que la creyera capaz de tamaña traición. Tal vez no había sido del todo sincero con él sobre su pasado, pero jamás engañaría a su pareja con otro hombre. Iba en contra de su código moral.

–Respóndeme, maldita sea...

Fluke asintió ligeramente.

–Sí, por supuesto que lo es. Siento no habértelo dicho antes.

Ohm se puso de pie como si el sillón hubiera explotado.

–Un momento, no pienso tener esta conversación en un bar.

Vamos arriba. Ahora.

–No creo que eso sea una buena idea en estos momentos...

–Harás lo que yo diga. Me lo debes –afirmó él. Estaba apretando con tanta fuerza los labios que estos habían perdido su color y de los ojos le saltaban chispas de ira.

Fluke levantó la barbilla.

–Me puedes decir que salga de tu vida aquí mismo. No es necesario que suba a tu suite.

–¿Es esa la opinión que tienes de mí?

Fluke ya no sabía qué pensar. Ohm no se comportaba tal y como él había esperado. Estaba enfadado, sí, pero, por alguna razón, sentía que estaba más furioso consigo mismo que con Fluke. No quería montar una escena en un lugar público, así que cedió, pero con la menor gracia posible. No quería que él pensara que le podía dar órdenes como si fuera uno de sus empleados. Se levantó y se colgó el bolso del hombro. Entonces, le dedicó una mirada airada.

–Puedes comportarte así sí quieres, pero sabes que conmigo no funciona la estrategia de machito furioso.

–Contigo no parece que funcione nada –le espetó él en tono cortante.

Lo condujo hasta el ascensor privado que iba directamente hasta el ático agarrándole del brazo. Cuando apretó el botón, Fluke sintió que, bajo la tensión que emanaba de su piel, también había dolor y eso lo avergonzó. No se le había ocurrido pensar cómo se sentiría él cuando descubriera que estaba esperando un hijo suyo o, al menos, había tratado de no pensarlo. Se había concentrado demasiado en protegerlo de su pasado y de protegerse a sí mismo de aparecer en periódicos y revistas. Se había hecho creer que Ohm estaría mejor no sabiendo que iba a ser padre, que era más fácil que Fluke desapareciera que correr el riesgo de que él le pidiera matrimonio o le exigiera que abortara.

Realizaron en silencio el trayecto en ascensor. Los espejos de las paredes reflejaban el rostro de Ohm, la tensión que emanaba de sus rasgos, como si estuviera repasando los momentos que ambos habían vivido juntos y se estuviera preguntando cómo habían llegado a esa situación.

Por fin, el ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron. Fluke salió detrás de él y oyó cómo las puertas volvían a cerrarse a sus espaldas. Dejó que el bolso cayera al suelo y sintió que tenía las piernas tan débiles que existía la posibilidad de que cedieran bajo su peso. Entonces, Ohm se dio la vuelta y lo miró fijamente, interrogándolo con los ojos.

–A ver si me entero bien. ¿Sabías que estabas embarazado antes de que te marcharas?

–Sí... –susurró Fluke.

–¿Cómo ocurrió?

–Pues del modo habitual...

–¡Me dijiste que estabas tomando la píldora y yo siempre utilicé preservativos! No se pueden tomar más medidas... a menos que me mintieras –añadió en tono acusador.

–Tomaba la píldora, pero tal vez comprometí su efectividad el fin de semana que nos fuimos a París. Tuve problemas de estómago, ¿te acuerdas? Y tú no siempre utilizabas preservativo –añadió Fluke mirándolo fijamente a los ojos–. Hicimos el amor en la ducha en un par de ocasiones sin protección.

Algo se reflejó en la mirada de Ohm. Parecía estar recordando aquellas apasionadas sesiones con íntimo detalle, como si estuviera viendo una película erótica. Imágenes de ellos juntos, envueltos por el vapor del agua caliente mientras esta le caía por los cuerpos desnudos. Imágenes de él lamiéndole un pezón o de Fluke lamiéndolo a él, sacando la esencia de su cuerpo hasta que gemía de placer y parecía que las piernas no iban a aguantar su peso. Imágenes de él con las manos contra el mármol de la pared de la ducha y de él hundiéndose en su cuerpo por detrás mientras los gritos de placer resonaban en el aire. La cálida agua caliente. La unión íntima de sus cuerpos. El deseo. La explosión de placer que los dejó a ambos sin aliento, jadeando bajo el agua de la ducha...

–¿Y tienes alguna buena razón que justifique que no me hayas dicho que estabas embarazado hasta ahora?

Fluke se agarró la cintura con los brazos, como si estuviera tratando de controlar sus sentimientos.

–Me preocupaba que me pudieras obligar a abortar y...

–¿De verdad crees que yo haría algo así? ¡Por el amor de Dios, Fluke! Creía que me conocías un poco mejor... –comentó, con una mezcla de angustia y enfado a la vez.

Fluke se sintió muy culpable. ¿Había cometido un error? ¿Habría sido mejor ser sincero con él desde el principio? El tiempo da una perspectiva muy diferente, pero, en aquel momento, Fluke había creído que era lo mejor. La sorpresa de descubrir que estaba embarazado lo había dejado sin capacidad de reacción. Le había parecido mucho más seguro dejarle a él que permitir que Ohm lo echara. ¿Acaso no lo habían echado ya suficientes veces a lo largo de su vida?

–Yo no sabía qué pensar –dijo muy suavemente–. No estaba dispuesto a esperar lo suficiente para correr el riesgo de que tú hicieras algo radical como pedirme que me casara contigo o...

–Bueno, al menos eso sí lo sabes sobre mí, porque es exactamente lo que pienso hacer. No voy a permitir que un hijo mío crezca siendo ilegítimo. Quiero que lleve mi apellido y que tenga mi protección. No puedo aceptar otra alternativa. Nos casaremos cuanto antes.

Fluke se quedó boquiabierto y sintió que el estómago le daba un vuelco.

–No puedes estar hablando en serio... Prácticamente somos unos desconocidos que...

–Pasamos dos meses viviendo y acostándonos juntos. No creo que eso sea lo que hacen los desconocidos. Hemos engendrado un hijo juntos. Formalizar nuestra relación es el siguiente paso. El único paso –añadió mientras se dirigía al minibar y sacaba una botella de agua mineral–. ¿Quieres?

Fluke asintió.

Tenía la boca muy seca.

–No me puedo casar contigo, Ohm. No voy a hacerlo.

–Claro que puedes y lo harás. No pienso aceptar un no por respuesta –dijo mientras abría la botella de agua y la servía en dos vasos. Entonces, le ofreció uno a él.

Fluke tomó el vaso con mano temblorosa.

–Ohm... tienes que ser sensato sobre esto. Un matrimonio no funcionaría nunca entre nosotros.

Un camarero que trabajaba bailando en ropa interior se casa con el multimillonario siciliano Thitiwat.

¿Cómo iba a poder soportar que la vergüenza de su pasado apareciera reflejada en las portadas de periódicos y revistas? –Haremos que funcione por el bien de nuestro hijo –afirmó él–. ¿De cuánto estás? ¿Te encuentras bien? –añadió, en un tono más suave de voz–. Lo siento. Debería haberte preguntado antes.

Fluke dejó el vaso en una mesa cercana y se colocó la mano sobre el vientre.

–Ahora sí. Sufrí náuseas más o menos constantemente durante un par de meses. Ahora estoy de cinco meses. Salgo de cuentas en Navidad.

Ohm miró el lugar en el que Fluke había apoyado la mano y tragó saliva. Entonces, dio un paso al frente.

–¿Sientes cómo se mueve?

–Empecé a notarlo más o menos en la semana dieciséis. Aquí...

Fluke le agarró la mano y se la colocó sobre el vientre sin dejar de mirar su rostro cuando el bebé empezó a dar ligeras patadas.

–¿Sientes las patadas? Ahí... ¿lo has notado?

Ohm estaba tan cerca que podía ver perfectamente sus hermosos rasgos, oler el aroma a cítricos de su colonia y sentir la atracción magnética de su cuerpo, haciendo que anhelara aún más fundir su cuerpo con el de él. ¿Por qué no podía ser inmune a él? ¿Por qué tenía su cuerpo que traicionarlo de aquel modo? ¿Podría Ohm sentir el deseo que despertaba en él?

La mirada de él se suavizó cuando el bebé se movió contra su mano.

–Es asombroso... –susurró con voz ronca–. ¿Sabes el sexo?

–No. No quiero saberlo hasta el nacimiento.

El bebé se tranquilizó y Ohm apartó la mano y dio un paso atrás. La expresión de su rostro se endureció aún más.

–¿Habías pensado decírmelo? –le preguntó él en tono acusador.

–Decidí que era mejor para los dos que yo desapareciera discretamente de tu vida.

–Lo decidiste tú –replicó él, pronunciando las palabras como si fueran balas–. No tenías derecho alguno a decidir por mí. Yo tenía derecho a saber que iba a ser padre. Y mi hijo tiene derecho a conocerme, a tenerme en su vida –añadió mientras comenzaba a andar de un lado a otro por el salón de la suite y a mesarse el cabello. Entonces, se volvió para mirarlo–. Por el amor de Dios, Fluke. ¿Sabes lo que siento al descubrir esto?

Fluke se mordió el labio.

–Mira, sé que debes de haberte disgustado, pero...

–¿Disgustado? Decir eso es poco. Me has negado saber que voy a tener un hijo. Planeaste mantener a mi hijo alejado de mí indefinidamente. ¿No te parece que tengo el derecho de estar un poco disgustado?

Fluke cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz para tratar de controlar el dolor que sentía.

–Me preocupaba que hicieras exactamente lo que estás haciendo.

Darme órdenes como si yo careciera de voluntad propia –le dijo. Dejó caer la mano y le lanzó una mirada desafiante–. No me pienso casar contigo solo porque tú insistas en ello. Muchas parejas tienen hijos juntos sin tener que casarse. Y sí, incluso parejas que ni siquiera están juntas.

Ohm lo miró fijamente en una batalla que Fluke no estaba dispuesto a perder, pero, al final, fue él el que apartó primero los ojos. No podía enfrentarse a él cuando se sentía tan frágil. En realidad, no era capaz de enfrentarse a él.

–Te casarás conmigo, Fluke –afirmó Ohm con una voz de acero que cayó sobre él como un cubo de agua fría–. Si no, créeme que no te gustará la alternativa. Si hubiera une pelea por la custodia entre nosotros, puedes estar seguro de que la ganaría.

El dolor que Fluke estaba sintiendo se intensificó aún más. Ohm lo estaba amenazando con quitarle el bebé cuando naciera y podría hacerlo. No tendría que escarbar demasiado en su pasado para conseguir que se dudara de su capacidad como padre. Por ejemplo, las fotos sin nada más que calzoncillos que se había hecho para su book. ¿Quién se creería que no se había hecho aquellas fotos voluntariamente, que lo habían engañado para realizar aquellas poses tan provocativas, sin que él se diera cuenta de que volverían una y otra vez para atormentarlo? Tal vez las fotos por sí mismas no serían suficientes para quitarle a su hijo, pero el pensamiento de hacer públicas aquellas obscenas imágenes, que aparecieran en periódicos y revistas era demasiado para él.

La velada amenaza de Ohm confirmaba por qué Fluke no le había dicho que estaba embarazado desde el principio. Podría ser muy cruel y frío cuando tenía que serlo. ¿Cómo si no había podido acumular la cantidad de riqueza que poseía?

De repente, la visión comenzó a nublársele y la habitación comenzó a inclinarse a su alrededor, como si no hubiera gravedad. Trató de agarrarse al objeto sólido más cercano para estabilizarse, pero calculó mal la distancia. La mano palmeó el aire y, entonces, Fluke sintió náuseas y un sudor frío que empezaba a recorrerle todo el cuerpo.

–¿Fluke..?

Él escuchó vagamente el tono de preocupación de Ohm, pero no pudo responder más que con un murmullo. Entonces, se plegó como un muñeco de trapo y cayó al suelo. Todo se fue volviendo negro.

Ohm se acercó rápidamente a Fluke con el corazón en un puño.

–¿Fluke? ¿Te encuentras bien?

Se quedó atónito al ver la palidez de su rostro. Atónito y avergonzado por haber sido la causa de su desmayo.

Lo colocó en la postura de recuperación y le tomó el pulso. Le pareció que estaba más o menos normal, pero no por ello se sintió menos culpable. Le apartó el cabello del rostro y deseó de todo corazón que él abriera los ojos.

–Vamos, caro. Dime algo...

¿En qué clase de hombre se había convertido en la última hora? Era imperdonable llevar a un chico embarazado hasta el desmayo. La frente se le cubrió de sudor y sintió en la boca el amargo sabor del remordimiento. Se sentía asqueado consigo mismo, furioso por no haberse parado a pensar el estado mental y físico en el que él se encontraba. Fluke estaba embarazado, por el amor de Dios. embarazado de su hijo.

–Vamos, mío piccolo, háblame...

Fluke comenzó a abrir los ojos muy lentamente.

–Me duele la cabeza...

Ohm le colocó la mano muy delicadamente sobre la frente.

–Voy a llamar a una ambulancia. Tengo que llevarte al hospital

–dijo mientras se metía la meno en el bolsillo del pantalón.

–No, por favor. Me duele la cabeza por la tensión. Me ha pasado alguna vez de vez en cuando. No necesito ir al hospital... Creo que es porque el azúcar en sangre está un poco baja...

Ohm lo ayudó a que se sentara y le rodeó los hombros con el brazo mientras, con la otra le acariciaba los mechones castaños de la frente.

–¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?

Fluke suspiró.

–No lo sé... hace unas horas. Me salté el almuerzo porque llegaba tarde

y...

–Pues eso me convence aún más de que debes venirte conmigo a

Italia –

afirmó él–. Tienes que pensar en el bebé. No puedes ir por ahí saltándote comidas y trabajando un montón de horas en un trabajo, sobre todo cuando yo puedo cuidar perfectamente de ti.

Fluke le dedicó una de sus miradas combativas, pero no tenía su pasión y su fuego habituales.

–¿Tienes que ser tan testarudo? Ya te he dicho que no quiero casarme contigo.

Ohm se contuvo. Volvería a sacar el tema del matrimonio cuando él no se estuviera sintiendo tan mal, pero no pensaba rendirse. No formaba parte de su naturaleza ceder ante una decisión que hubiera tomado. Nunca abandonaría a los de su propia sangre, y mucho menos a su propio hijo.

–Dejemos lo del matrimonio para otro momento. Ahora, me gustaría verte con un poquito más de color en las mejillas. ¿Crees que te puedes poner de pie? Te ayudaré a llegar a la cama para que puedas tumbarte un rato. Y te pediré algo de comida del servicio de habitaciones.

Fluke hizo ademán de discutir al respecto, pero entonces volvió a suspirar y agarró la mano que Ohm le ofrecía. Él le ayudó a ponerse de pie. Fluke lo miró brevemente y se mordió el labio inferior.

–Siento ser una molestia para ti...

–No tienes por qué disculparte –repuso Ohm mientras lo llevaba hacia la cama con un brazo alrededor de la cintura–. Soy yo el que debería estar disculpándose.

No solo por haberlo disgustado, sino por haberlo dejado embarazado. Eso era cosa de dos y, efectivamente, los dos se habían empleado a fondo. Habían creado una nueva vida y dependía de él asegurarse de que ese nuevo ser se sintiera protegido en lo sucesivo. Protegido, alimentado y mantenido de todas las formas en las que un padre debe hacerlo con su hijo.

Aún le sorprendía lo lento que había sido a la hora de darse cuenta del estado de Fluke. ¿Por qué no se había fijado en el abultado vientre cuando se lo encontró por primera vez en la suite? El delantal del uniforme le había cubierto bastante bien y, sin duda, Fluke había hecho todo lo posible por ocultarlo. Su única excusa era que en lo último que se le habría ocurrido pensar cuando lo encontró en la suite era en un embarazo. Le había resultado imposible apartar la mirada de los hermosos labios, de su cuerpo delgado, recordando las veces que había buscado el placer en él.

Incluso en aquellos momentos, su cuerpo reaccionaba a la cercanía del de él. Incluso el contacto más casual producía un torrente de deseo en él.

Nunca había experimentado una química tan potente con ningún otro. Su cuerpo encajaba perfectamente con el de él como si fueran dos piezas de un mismo rompecabezas. Olía el delicado aroma de su perfume y este evocaba una miríada de recuerdos, tanto buenos como malos. Aquel perfume había permanecido durante semanas en su casa después de que Fluke lo hubiera abandonado. Le había turbado y le había atormentado. Ayudó a Fluke a meterse en la cama y le colocó el pie de cama por encima. Parecía tan joven y vulnerable que se sintió aún más culpable. Sin embargo, decidió que no era el momento para amargas recriminaciones. Fluke necesitaba descansar y alimentarse y dependía de él, como padre del bebé que estaba esperando, proporcionarle todo lo que necesitaba regular y consistentemente.

El padre del bebé que estaba esperando. ¡Qué extraño resultaba aplicarse a sí mismo aquellas palabras! No había pensado nunca antes en ser padre. Era algo que habría considerado tal vez para el futuro, pero ciertamente no había sido una de sus prioridades. Su propio padre no había sido el mejor de los modelos en ese caso, aunque en los primeros años, le había hecho sentirse amado y especial. Entonces, a la edad de trece años, descubrió que todo aquello no era más que una mentira.

Tomó el teléfono de la mesilla de noche y encargó una nutritiva comida y zumo de frutas recién exprimido. Después, colgó el teléfono y se sentó en la cama junto a Fluke. Le tomó una mano y comenzó a acariciársela con el pulgar.

–No deberían tardar en traerla. ¿Quieres un poco de agua o de limonada mientras tanto?

Fluke abrió los ojos y lo miró.

–¿Por qué no has insistido en que hagamos una prueba de paternidad?

Ohm se sintió avergonzado de pensar que sí lo había pensado, pero algo se lo había impedido. No era la clase de hombre que confiaba con facilidad en otros, pero, por alguna razón, sabía que Fluke le estaba diciendo la verdad.

–Me imaginé que no era necesario confirmar que el bebé es mío. No te habrías tomado tantas molestias para evitar decirme la verdad si fuera de otra persona.

Fluke miró las manos de ambos unidas.

–Si quieres hacerlo, no te lo impediré.

–No será necesario. ¿Cuándo empezaste a sospechar que estabas embarazado?

–Justo antes de que te marcharas a Nueva York. Pensé que era otro trastorno estomacal, como en París, pero entonces me di cuenta de que esta vez era diferente.

–Debiste de quedarte de piedra...

–Sí. Me sentí atónito y aterrorizado. No sabía qué hacer ni a quién recurrir...

Ojalá hubiera recurrido a él. ¿Por qué no lo había hecho? Ohm no quiso hacerle tantas preguntas por si volvía a disgustarlo.

–¿Pensaste alguna vez... abortar?

–No –replicó Fluke apartando la mano de la de él–. Siento que pienses que debería haberle librado del bebé, pero no podía. No me parece mal que otros elijan esa opción, pero no me pareció la adecuada para mí.

Ohm volvió a tomarle la mano.

–Me alegro de que no lo hicieras.

–¿De verdad?

–Como tú, creo que las personas deben poder elegir sobre su cuerpo, pero, aunque aún me cuesta hacerme a la idea de que voy a ser padre, me alegro de que decidieras seguir adelante con el embarazo. Seremos buenos padres para nuestro hijo, caro.

En los ojos de Fluke se reflejó un sentimiento al que no le puso voz.

–Siento que lo descubrieras de este modo. Debería habértelo dicho antes, pero no sentí que pudiera correr el riesgo de hacerlo.

Ohm le colocó un dedo sobre los labios.

–Ahora calla. Debes descansar. Lo hecho, hecho está. No podremos seguir hacia delante con nuestras vidas si no hacemos más que recordar el pasado. Es hora de pensar en el futuro. El futuro del bebé y del nuestro.

Levantó el dedo de los labios de Fluke. Tuvo que contenerse para no inclinarse sobre él y besarlo. El deseo que siempre había sentido por él era tan poderoso en aquellos momentos como lo había sido al principio, cuando se miraron por primera vez a través de un concurrido bar. La sangre se le caldeaba y le corría por las venas a toda velocidad. Sentía cómo se le despertaba la entrepierna, recordándole el placer experimentado en tantas ocasiones con Fluke. Dos meses de sexo increíble y apasionado que no había podido olvidar. Estar cerca de Fluke le provocaba un frenesí de anhelos. Tuvo que contenerse para no tomarlo entre sus brazos y recordarle la tórrida pasión que habían compartido.

Sin embargo, debía ignorarlo. Lo único que importaba en aquellos momentos era el bebé. Ohm necesitaba que Fluke se casara con él para poder cuidarlo a él y a su hijo.

Solo tenía que convencerlo para que aceptara. Y lo conseguiría.

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