Capitulo Cinco



Ohm estaba sentado en su despacho, frente a su escritorio. Tenía asuntos de los que ocuparse, pero, por una vez en su vida, no le apetecía trabajar.

Sentía un profundo deseo de subir la escalera y reunirse con Fluke en su cama.

Allí era precisamente donde quería estar en aquellos momentos, abrazándolo, besándolo, tocándolo hasta que gimiera y suplicara.

Hundirse en su cálido y dulce cuerpo y olvidarse de todo menos de lo bien que los dos estaban juntos.

Debería estar enfadado con Fluke porque él no le hubiera hablado de su pasado, pero no era sí. Sentía compasión por él, una profunda compasión. Las circunstancias de su infancia eran terribles y le dolía mucho que él no se hubiera sentido lo suficientemente cómodo a su lado para decírselo cuando tuvieron su aventura.

Llevarlo de vuelta a su casa había abierto el cofre de los recuerdos, un cofre que él había mantenido bien cerrado. Cuando Fluke lo dejó hacía tres meses, Ohm se había obligado a no pensar en los momentos que habían pasado juntos. Cada vez que su pensamiento evocaba el aroma de su piel o la suavidad de su boca, se concentraba en el trabajo o en el ejercicio. No se había permitido pensar en lo que tanto estaba echando de menos. No se trataba solo del sexo y de la animada conversación, sino que era a el propio Fluke al que echaba de menos. Su sonrisa, sus sonoras carcajadas, el tacto sedoso de su piel.

Ansiaba que él le tocara su piel.

Ansiaba volver a sentirlo, hundirse de nuevo en él y enviarlos a ambos al paraíso.

Concetta le había recriminado en muchas ocasiones que insistiera en guardar las cosas de Fluke. Cada vez que iba al vestidor y veía las cosas de él, era una tortura. Eran cosas que él le había comprado y que guardaba para recordarse de su fracaso a la hora de interpretar las señales de la relación que había habido entre ambos. Odiaba fallar y nada apestaba más a fallo que verse engañado en una relación.

Su presencia había cambiado el ambiente de la casa la primera vez que cruzó el umbral de la puerta y lo había vuelto a cambiar.

Se levantó para ir a la ventana y contemplar la hermosa playa de Mondello, que se extendía a sus pies. Su casa, con sus jardines y la piscina infinita desde la que se contemplaba el mar, era su castillo. Su fortaleza. La casa que deseaba que su madre hubiera visto, si ella hubiera vivido lo suficiente para disfrutarla con él. Su madre se había pasado muchos años de su vida viviendo una mentira y le dolía pensar todas las cosas que él no había tenido porque su padre la había tenido engañada con falsas promesas año tras año. Al contrario de Ohm, su madre siempre había sabido que Tino Thitiwat tenía una esposa, pero se había conformado siendo su amante por lo mucho que lo amaba. Ohm también lo había querido mucho y había pensado que su padre lo quería a él, pero eso era tan solo otra mentira. Durante un tiempo, Ohm se había sentido furioso con su madre por no decirle la verdad sobre su padre, pero, con el tiempo, había llegado a comprender que él lo había hecho tan solo para protegerlo a él.

Ohm y su madre habían vivido en un bonito apartamento, que pagaba su padre, pero su madre siempre había deseado tener jardín. Por ello, Ohm se había gastado una verdadera fortuna en el jardín que tenía en su casa para honrar el deseo de su madre. Como había tenido que pasarse mucho tiempo viajando, apreciaba aún más su santuario privado. Tenía algunos empleados, pero la mayor parte del tiempo estaba allí solo.

No en aquella ocasión.

Fluke lo acompañaba y él quería que se quedara.

Indefinidamente. Serían padres cuatro meses después. Quería que su bebé experimentara lo que él no había tenido. Legitimidad.

Reconocía que insistir en el matrimonio estaba algo pasado de moda hoy en día, pero él no se conformaría con menos. No consentiría que se refirieran a Fluke como su amante. No permitiría que su hijo fuera ilegítimo, como tampoco ser padre a tiempo parcial. Fluke y él serían una familia y él haría también todo lo posible para que la relación funcionara.

Abrió la ventana y dejó que el aroma salado del mar le inundara las fosas nasales. Le había sorprendido mucho saber que Fluke había crecido sin una familia que lo quisiera, en especial porque le había dado a entender lo opuesto. Sin embargo, ahora que ya sabía la verdad, sí que había habido pistas de las que él no se había percatado. Fluke jamás llamaba a nadie por teléfono ni nadie lo llamaba a él, aparte de su amiga Layla.

Él no era el más adecuado para hablar al respecto. No llamaba a su padre ni a su madrastra ni a sus hermanastros. Tan solo les enviaba un mensaje por su cumpleaños. Al único miembro de la familia a la que llamaba ocasionalmente era a su abuela, porque era lo último que le quedaba de su madre. Sin embargo, incluso esa relación resultaba complicada. La vergüenza de haber tenido una hija que había vivido «en pecado» y de haber tenido un hijo ilegítimo con su amante casado había causado una brecha entre su abuela y su madre. Eso había significado que Ohm no había conocido a su nonna hasta después de la muerte de su madre.

No era la manera más adecuada de construir un vínculo familiar.

Ohm suspiró y se apartó de la ventana. Tal había sido el destino el que había hecho que se conocieran en aquel bar en Roma. Tal vez habían detectado algo el uno en el otro, un cierto aislamiento, la sensación de no pertenecer a nadie. Ohm se había fijado en él en el momento en el que entró en el bar. Fluke estaba sentado en un rincón, con un bloc de dibujo en las manos. Fruncía sus hermosos rasgos por la concentración con la que estaba dibujando a uno de los clientes. El parecido era asombroso y Ohm había entablado inmediatamente conversación y... Bueno, el resto era historia. Una copa y cuarenta y dos minutos más tarde, se lo había llevado de vuelta a su hotel y estaban en la cama. El sexo había sido tan fenomenal que él, al contrario de lo que era habitual, le había pedido que lo acompañara a París en viaje de negocios. Después de París, se lo llevó a todas partes. Berlín, Zúrich, Praga, Viena, Ámsterdam, Atenas y Copenhague. Y después, y eso sí que fue impropio de él, a su casa de Sicilia.

Sin embargo, si era sincero consigo mismo, no era solo el sexo lo que le había animado a llevarlo a su santuario privado. Lo había querido tener para él solo. Cuanto más tiempo pasaba con él, más se daba cuenta de que era diferente a sus otros amantes. Se había llevado a sus anteriores amantes a viajes y vacaciones, pero, cuando acababa el viaje, estaba deseando terminar la relación.

Con Fluke no. Primero había querido un mes con él, luego dos y después, sin previo aviso, él se marchó.

Se sentó en su escritorio y frunció el ceño. ¿Había sido la diferencia de su pasado lo que le había hecho huir en cuanto descubrió que estaba embarazado? Apretó la mano derecha hasta que los nudillos se le pusieron blancos. ¿Por qué no se había esforzado más para encontrarlo? ¿Por qué había permitido que su orgullo se interpusiera entre ambos? Había perdido tres valiosos meses y, si no se hubiera encontrado con él por casualidad, tal vez jamás se habría enterado de que iba a ser padre. ¿Quién podría culparlo por querer mantener en secreto su embarazo?

Él no le había hecho promesa alguna. No se había comprometido en nada más que en lo de que la relación era exclusiva mientras durara.

El matrimonio era la única manera de compensarlo. La seguridad de una relación formal en la que criar a su hijo era la solución.

La única solución.

Fluke se despertó muy descansado de la siesta. Se incorporó y se apartó el cabello del rostro. La brillante luz de la tarde se había ido transformando en los colores pasteles del atardecer, que le daban a la habitación un ambiente tranquilo y sosegado. Apartó la sábana que lo cubría y se puso de pie. Permaneció inmóvil un instante para asegurarse de que no se mareaba. Cuando comprobó que se sentía bien, fue al lujoso cuarto de baño y se refrescó un poco. Pensó en darse una ducha, pero no quería que Ohm lo sorprendiera. Solo mirar la ducha le producía una extraña sensación en el estómago. Los eróticos recuerdos de lo que Ohm le había hecho allí se apoderaron de él y le provocaron una oleada de deseo por todo el cuerpo.

Regresó al dormitorio y miró hacia el vestidor. ¿De verdad habría guardado Ohm todas sus cosas? Cuando se marchó de allí, tan solo se había llevado lo que era suyo. Había dejado atrás todo lo que él le había comprado. No había querido que Ohm o su hosca ama de llaves lo acusaran de ser un cazafortunas.

Deslizó la puerta corredera y entró en el vestidor. El estómago le dio un vuelto. Toda su ropa estaba colgada frente a la de él. Los zapatos estaban también perfectamente ordenados. Las joyas estaban aún en la vitrina. Entonces, abrió uno de los cajones y encontró la sensual ropa interior que se había puesto para él. Exquisitos tejidos y raso en una amplia variedad de colores, desde el negro hasta el blanco virginal.

Fluke escogió una camisola de seda azul oscura y unos calzoncillos a juego. Gozó tocando la tela entre los dedos y recordó cómo Ohm le había quitado ambas prendas de su cuerpo poco a poco, dejando un rastro de besos y de deseosa carne. Se echó a temblar y volvió a dejar la ropa interior en su sitio para luego cerrar bruscamente el cajón.

Sin embargo, no le resultó tan fácil apartar los recuerdos de sus caricias.

Oyó que la puerta del dormitorio se abría y salió del vestidor. Vio que era Ohm, que entraba en la suite con un largo vaso de zumo de naranja recién exprimido en la mano. De repente, se sintió avergonzado de que él lo hubiera visto mirando lo que había dejado atrás.

–No creo que ninguna de esas cosas me sirva durante mucho más tiempo.

–En ese caso, te compraré cosas que te sirvan –dijo él mientras dejaba el vaso sobre la mesilla de noche.

–No tienes por qué hacerlo. Me puedo comprar mi propia ropa.

Ohm se acercó a él y le agarró la mano.

–¿Te has levantado por el lado equivocado de la cama?

–Del lado equivocado, no. De la cama equivocada.

–Te quiero en mi cama, Fluke. Ahí es donde debes estar –dijo él con voz autoritaria.

Fluke trató de demostrar que aún tenía poder de decisión. No mucho, pero sí algo. Levantó la barbilla con gesto combativo.

–¿Crees que simplemente podemos volver a retomar nuestra relación donde la dejamos? Baja a la realidad, Ohm.

Él le soltó la mano y le agarró las caderas. Fluke sabía que debía zafarse de él, pero, de algún modo, su fuerza de voluntad lo había abandonado por completo. Su tacto era como el fuego a través de las capas de ropa.

–Yo te diré lo que es real –susurró, colocando la boca a un suspiro de la de él–. Tú también lo sientes, ¿verdad?

Fluke no pudo impedir que su cuerpo se acercara al de él, como si estuviera programado como un robot que tiene que regresar a la base para recargarse. La firme y cálida columna de su excitación y el anhelo que él sentía entraron en contacto y provocaron una descarga eléctrica por todo el cuerpo. De repente, la boca de Ohm se unió a la de él, pero Fluke no supo quién había cerrado la distancia final. No importaba. Lo único que importaba era el contacto de los labios de Ohm moviéndose con tanta maestría sobre los suyos, sentir la exigencia de la lengua provocando a la de él en un sensual juego,

experimentar el deseo apoderándose de su carne, encendiendo todas las zonas erógenas para llevarlas a un estado de anticipatoria consciencia.

Le rodeó el cuello con los brazos y le agarró el cabello por si él cambiaba de opinión y se alejaba de su lado. Si Ohm daba un paso atrás, él moriría. Un desesperado gemido de aprobación se le escapó de los labios y se apretó un poco más a él, frotándose contra la erección. La necesidad de tenerlo dentro de su cuerpo era tan intensa que resultaba abrumadora.

La boca de Ohm continuó explorando la de él. Los labios eran delicados un instante, para convertirse en duros e insistentes al siguiente. La lengua de él bailaba y danzaba con la suya en una coreografía erótica que le debilitaba las piernas, le hacía vibrar la piel y le aceleraba los latidos del corazón. El ligero roce de la barba sobre el rostro de él cuando Ohm cambió de posición despertó sus sentidos aún más y los llevó al límite.

Ohm le tomó el labio inferior entre los dientes y tiró suavemente. La sensación lo excitó aún más.

Entonces, Fluke repitió el gesto, tirando y soltándole el labio para luego lamérselo suavemente con la lengua. Ohm se echó a temblar y emitió un sonido gutural antes de estrecharlo de nuevo entre sus brazos.

–Me vuelves loco sin ni siquiera esforzarte –susurró Ohm antes de besarlo de nuevo y acrecentar aún más el deseo que pulsaba por todo su cuerpo.

Deslizó una mano por debajo de la camiseta de él para cubrirle el pecho. Fluke gimió de placer. Sus pezones eran aún más sensibles que hacía tres meses, pero la carne parecía reconocer el tacto y respondía con excitado fervor. Él le bajo diestramente la camisola y besó por fin el pezón desnudo, deslizando hábilmente la lengua sobre el pezón y alrededor de él como si fuera el pincel de un experimentado pintor. Era una deliciosa tortura. Cada nervio de su piel bailaba presa de una frenética excitación. Lo más íntimo de su ser se licuaba como si fuera fuego líquido.

Fluke le agarró la cinturilla de los pantalones y se los desabrochó. Necesitaba tocarlo. Saborearlo. Torturarlo del mismo modo que él lo estaba torturando a él. Sin embargo, Ohm le apartó la mano y lo llevó andando hacia atrás en dirección de la cama. Lo tumbó y se colocó junto a él, mientras proseguía administrándole la delicada fricción sobre el pezón desnudo.

–Te deseo...

Fluke se quedó atónito al escuchar lo desesperado que sonaba, pero ya no le importaba. No necesitaba su orgullo. Lo que quería era placer, un placer que solo él podía proporcionarle y que sabía que lo volvería loco.

–Por favor... Ohm....

Se movió contra él cuando Ohm bajó la mano y le cubrió la entrepierna con él a través de la ropa. Aplicó la presión justa para que él arqueara la espalda.

–¿Estás seguro de que lo deseas?

–Sí. Mil veces sí. Ya sabes que te deseo. Y tú también me deseas a mí – susurró él antes de obligarle a bajar la cabeza para que lo besara de nuevo.

Ohm lo besó larga y apasionadamente mientras deslizaba la mano debajo de la cinturilla de su ropa y la llevaba hasta los calzoncillos. Se los bajó y él lo ayudó con sus movimientos para que pudiera liberarlo de ellos. Fluke no quería barrera alguna entre sus cuerpos. Entonces, delicadamente, Ohm comenzó a explorar su ya muy dura erección, entonces se puso a acariciarle y provocarlo para que alcanzaran la máxima excitación.

Estaba tan cerca... tan cerca... tan desesperadamente cerca...

Ohm se deslizó por encima de su cuerpo y colocó la boca donde habían estado los dedos. Utilizó la lengua y los labios para empujarlo hasta lo más alto. Las sensaciones comenzaron a recorrer la sensible carne y él se vio preso de un orgasmo tan intenso que pareció afectar a todos los músculos de su cuerpo. Se arqueó, se retorció y tembló bajo las exquisitas caricias de la lengua. Entonces, gritó muy fuerte con una mezcla de gemidos y de jadeos mientras su piel se tensaba y relajaba después con un intenso placer.

Recobró la tranquilidad tras dejar escapar un profundo suspiro.

–Ciertamente no has perdido tu toque –le dijo, mientras buscaba la mano y entrelazaba los dedos con los de él.

Sin embargo, sintió reserva en él. Un distanciamiento a pesar de que estaban de la mano. La perezosa sonrisa de su rostro no encajaba con la expresión hermética de su mirada.

–Ni tú –le dijo antes de inclinarse sobre él para darle un ligero beso en la frente.

Fluke frunció el ceño. Se sentía confuso, lleno de dudas. ¿Por qué no seguía? ¿Por qué no se mostraba él tan desesperado como él lo había estado hacía unos segundos? ¿Acaso estaba tratando de demostrar algo, como que él lo necesitara más a él que a la inversa?

–¿No vas a terminar?

–Ahora no.

Se levantó de la cama y se colocó junto a él para mirar a Fluke. Resultaba evidente que ya había terminado.

–Concetta tendrá la cena preparada dentro de poco. ¿Por qué no te duchas y te cambias? Nos reuniremos abajo.

Fluke se levantó de la cama y trató de colocarse la ropa.

–¿Por qué no paras de decirme lo que tengo que hacer? –le espetó, dolido por aquel rechazo.

–Simplemente estoy tratando de hacer lo correcto contigo, Fluke. Has tenido un día muy largo y agotador.

–¿Acaso mi embarazo te quita las ganas? ¿Es que no te apetece hacerle el amor a un...?

–No.

–Entonces, ¿qué? Hace cinco meses estaríamos ya por nuestro segundo orgasmo... –dijo. Posiblemente el tercero o el cuarto para él.

Ohm se volvió a meter la camisa en los pantalones y luego se mesó el cabello.

–En el pasado, fuimos demasiado deprisa en nuestra relación.

Esta vez, me gustaría tomarme las cosas con más calma.

–¿Por qué? –le preguntó él furioso. ¿Para que puedas hacer que me enamore de ti y no pueda negarme a tu oferta de matrimonio? Eso no va a pasar. De ninguna manera.

Fluke se dio la vuelta y se marchó al cuarto de baño. Estaba furioso con él y consigo mismo por no haberse resistido. Cerró de un portazo y se apoyó contra la puerta. ¿Por qué había caído entre sus brazos como si estuviera desesperado? Él había ardido y Ohm había mantenido el control. Ni una sola vez había mostrado debilidad. ¿Qué decía eso sobre su relación? La dinámica de poder lo colocaba a él en clara desventaja.

¿Acaso no había sido siempre así? El mundo de Ohm. El de él. Dos mundos separados que se habían unido por fin con la concepción de aquel bebé, un bebé que podía servir de puente entre ellos. ¿Se conformaría él con ese acuerdo cuando toda su vida había querido que la amaran por sí mismo?

Ohm llamó a la puerta.

–Fluke, abre.

–Vete de aquí. Te odio –le espetó. Se sentía avergonzado de sí mismo por ser tan débil.

La carcajada burlona hizo que deseara arrojar al suelo todos los botes de productos cosméticos y de aseo que había sobre la encimera de mármol. Apretó los puños, conteniendo la necesidad de gritar de frustración. Sin embargo, en vez de grito, un sollozo ahogado salió de su garganta. Bajó la cabeza y se ocultó el rostro con las manos. Los hombros le temblaban con el esfuerzo de tratar de mantener bajo control sus emociones.

De repente, la puerta se abrió y Ohm entró en el cuarto de baño. Le agarró los hombros y lo estrechó contra su cuerpo mientras le acariciaba la parte posterior de la cabeza y realizaba ligeros sonidos para tranquilizarlo.

Aquello lo desarmó totalmente.

–Shh, mio piccolo. No quería disgustarte. Venga...

Fluke apretó el rostro contra el torso de él y permitió que Ohm le rodeara la cintura con la mano que tenía libre.

–Lo siento –susurró Fluke.

–No tienes que disculparte. Soy yo el culpable.

Fluke se apartó un poco, pero fue incapaz de mirarlo.

–Son las hormonas... Debe de ser... Yo normalmente nunca lloro...

Ohm sacó un pañuelo de una caja que había sobre la encimera de mármol y le secó cuidadosamente los ojos. Tenía una expresión tan cálida en su rostro que Fluke sintió de nuevo muchas ganas de llorar.

–Han ocurrido muchas cosas en muy poco tiempo. Tu vida está totalmente patas arriba y yo soy el responsable. Perdóname por haberte disgustado, tesoro. No era mi intención.

Ohm le entregó otro pañuelo y Fluke se sonó la nariz. Entonces, se giró para mirar el enrojecido rostro en el espejo.

–Uf, por eso no lloro nunca. Qué cara.

Ohm lo miró a través del espejo y sonrió.

–Personalmente, nunca antes me habías parecido tan hermoso.

Fluke se giró para mirarlo a él.

–¿Te importaría que no bajara a cenar? No me apetece ir al comedor esta noche...

Ohm le apartó un mechón del rostro.

–Te subiré algo en una bandeja. ¿Te parece bien?

–Me parece perfecto.

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