Capitulo Cuatro



A la mañana siguiente, Fluke se despertó temprano. Encontró que estaba solo en la cama y que en el espacio que quedaba en la cama junto a él no había dormido nadie. La sábana no mostraba arrugas y la almohada no presentaba ningún hueco que indicara que la cabeza de Ohm había descansado allí. ¿Habría salido?

Fluke había estado tan cansado que, cuando cerró los ojos la noche anterior, no se había dado cuenta de si él iba o venía.

Se levantó de la cama y se dirigió al salón de la suite. Encontró a Ohm dormido en uno de los sofás. Sus largas piernas se estiraban por encima del brazo del sofá y se cruzaban por los tobillos. Tenía la camisa abierta hasta la mitad del torso y muy arrugada. La barba había empezado a cubrirle de nuevo generosamente la mandíbula y tenía el cabello revuelto, como si se lo hubiera mesado en varias ocasiones con las manos. Tenía un libro, abierto y boca abajo, sobre el suelo, como si se le hubiera caído del regazo mientras se quedaba dormido.

Fluke se sintió culpable de que Ohm hubiera pasado la noche en el sofá en vez de compartir la cama con él. Su galantería no era inesperada, pero sí muy conmovedora.

De repente, él abrió los ojos como si hubiera presentido que Fluke lo estaba mirando. Se incorporó para sentarse en el sofá mientras se mesaba el cabello.

–¿Cómo has dormido? –le preguntó mientras bostezaba y estiraba la espalda colocándose las manos en las caderas e inclinándose hacia atrás ligeramente.

–Evidentemente, bastante mejor que tú. ¿Por qué no te has venido a la cama?

Ohm le dedicó una pícara sonrisa.

–No me fiaba de que pudiera mantener las manos alejadas de ti.

Fluke sintió que se sonrojaba, por lo que se inclinó a recoger el libro para no mirarlo a los ojos. Lo cerró y lo colocó en la superficie más cercana.

–Siento que hayas pasado una noche tan incómoda –dijo–. Estaba tan cansado que probablemente no me habría dado cuenta si te hubieras metido en la cama.

–¿No? –preguntó él mientras lo desafiaba con la mirada.

El silencio pareció despertar eróticos recuerdos. Fluke no pudo evitar que sus ojos se prendieran en la boca de Ohm y que su propia lengua saliera a hurtadillas para humedecerse los resecos labios. Era consciente de que Ohm estaba observando atentamente el movimiento con la mirada turbada. El sutil cambio de su respiración señalaba la atracción que él también sentía.

–No me pareces la clase de hombre que toque a alguien cuando esté, expresamente, le ha dicho que no lo haga –le dijo.

Ohm se levantó y se acercó a él para colocarle un mechón detrás de la oreja. Lo hizo de un modo tan ligero y delicado que todo su cuerpo pareció ansiar mucho más. Ohm conocía todos los lugares que a Fluke le daban más placer, todas sus zonas erógenas y todas sus necesidades. Y lo patético que era su autocontrol.

–Me resultaría mucho más fácil no tocarte si no pensara que tú lo deseas. Y lo deseas, ¿verdad, caro? No se te ha olvidado de lo mucho que disfrutamos juntos, ¿verdad?

Ohm le cubrió la mejilla con una mano, como si estuviera acogiendo en ella una fruta madura que tratara de no dañar. El pulgar se movía ligeramente. Fluke no pudo contener un delicado temblor. Le colocó la mano en la muñeca con la intención de apartársela, pero sus dedos se limitaron a agarrarlo del brazo. Ohm tenía la piel cálida y el vello masculino de su brazo le hacía cosquillas en la piel. Tenía los ojos profundos y misteriosos, enmarcados por pestañas negras como la tinta y unas frondosas cejas.

–Esto es un juego para ti, ¿verdad?

–Te aseguro que el hecho de que lleves a mi hijo en tu vientre no es ningún juego para mí, Fluke. Como tampoco lo es el hecho de que los dos aún sentimos algo el uno por el otro.

En aquella ocasión, Fluke consiguió reunir la suficiente fuerza de voluntad como para dar un paso atrás.

–Si no estuviera embarazado, ¿me habrías ofrecido lo que me estás ofreciendo ahora?

–Tal vez una aventura, pero no matrimonio.

–Entonces, soy apto para ser tu amante, pero no tu esposo –afirmó Fluke, algo que creía firmemente sobre sí mismo y que se le había ido reforzando a lo largo de su infancia.

–Yo no buscaba activamente casarme con nadie, pero ahora las cosas son diferentes.

–Pero yo no soy diferente. Soy la misma persona que hace cinco meses.

Ohm le miró el vientre.

–No exactamente el mismo, caro. Estás embarazado de mi hijo. Eso lo cambia todo.

Unas cuantas horas más tarde, llegaron a la mansión que Ohm tenía en el municipio de Mondello, en Sicilia, en el que se encontraba una famosa playa de arena blanca. A pesar del cansancio y de los sentimientos encontrados sobre su regreso a la casa de Ohm, Fluke no pudo evitar sentirse emocionado por regresar al lugar donde había pasado algunas de las semanas más felices de su vida. El tiempo que habían pasado juntos allí le había mostrado un mundo del que jamás había sido parte antes, un mundo que apenas sospechaba que existiera. Se había pasado los días dibujando, pintando y explorando los lugares de interés mientras que Ohm trabajaba. Luego, por las tardes, él le había dedicado toda su atención y, durante las dos últimas semanas, ni siquiera había trabajado. Había cancelado todos sus compromisos y se había pasado todo el tiempo con él.

Nadie había hecho nunca que Fluke se sintiera tan especial y deseado.

Sin embargo, el sensual idilio se había visto ligeramente mancillado por la presencia de Concetta, el ama de llaves de Ohm. Fluke nunca había podido entablar una relación cordial con la mujer, que parecía mirarlo con una constante desaprobación, pero tan solo cuando Ohm no estaba presente. Fluke la encontraba astuta e hipócrita, pero jamás se lo dijo a Ohm. Trató en un par de ocasiones de hablarle del comportamiento que el ama de llaves tenía hacia él, pero Ohm siempre había hecho poco caso a sus comentarios y le había dicho que Concetta era una siciliana chapada a la antigua, algo reservada y muy formal con los recién llegados.

¿Cómo se tomaría Concetta la noticia del embarazo de Fluke? ¿Se lo habría dicho Ohm? ¿Y cómo reaccionaría el ama de llaves a la intención de Ohm de casarse con el padre de su hijo?

–¿Sigue Concetta trabajando para ti? –le preguntó Fluke en cuanto entraron en el vestíbulo de la mansión.

–Sí, sigo aquí. Aún no me ha despedido, pero ¿quién sabe? –dijo el ama de llaves mientras se acercaba a ellos.

Concetta era una vivaracha mujer de casi sesenta años que se movía tan rápida y eficientemente como su lengua. Tenía unos ojos oscuros y el cabello canoso, que llevaba siempre recogido sobre la nuca. Fluke jamás le había visto un cabello fuera de lugar y sospechaba que ninguno se atrevería a escapar de donde el ama de llaves lo había colocado. Concetta iba siempre vestida de negro y tenía un ceño permanente que a Fluke le recordaba a una maestra de escuela que está a punto de castigar a un alumno recalcitrante.

–Me alegro de verla –repuso Fluke tratando de insuflar autenticidad al tono de su voz.

–Hmm...

Concetta miró el vientre de Fluke y frunció los labios. Entonces, se dirigió a Ohm.

–¿Está usted seguro de que es suyo?

Ohm tensó el rostro y se dirigió al ama de llaves en el dialecto siciliano, del que Fluke no entendía ni una palabra. Sin embargo, el mensaje era claro y evidente. Concetta levantó las cejas y, tras mirar con insolencia a Fluke, se dio la vuelta y se marchó hacia la cocina. Incluso el sonido de sus pasos parecía contener un ritmo insultante.

–Lo siento –le dijo Ohm–. Concetta puede ser un poco difícil, pero se suavizará con el tiempo. La noticia ha sido una sorpresa para ella. Eso es todo.

Fluke lo miró con escepticismo.

–¿En serio? No veo que ella vaya a aceptarme como esposo tuyo en un futuro cercano. Nunca le he gustado, pero tú no me escuchaste cuando traté de contarte lo horrible que era conmigo en ocasiones. No me quiero ni imaginar qué jugosos insultos tendrá preparados para mí cuando tú no estés cerca.

–Tendrá que aceptarte o deberá encontrar otro trabajo –afirmó él con expresión dura mientras cerraba la puerta principal.

–Dime una cosa –comentó Fluke mientras se cruzaba de brazos e inclinaba ligeramente la cabeza–. ¿Se mostró grosera con tus otros amantes? No me extraña que tus relaciones con ellos solo duraran un par de semanas como máximo.

Ohm apartó la mirada y se quitó la chaqueta para poder colgarla en el perchero de la entrada.

–No he traído a nadie más aquí antes de traerte a ti. Solía tener esas relaciones cuando estaba fuera, de negocios. Hacía que todo fuera menos... complicado.

–¿Cómo has dicho? ¿A nadie?

Ohm lo miró con una expresión inescrutable en el rostro.

–Este es mi hogar. Mi santuario privado. No me gusta compartirlo con desconocidos.

–Y, aparentemente, a tu ama de llaves tampoco.

Fluke trató de disimular lo turbado que le había dejado aquella revelación

sobre el pasado de Ohm. ¿Qué significaba? ¿Por qué lo había llevado a él allí? ¿Por qué había relajado las reglas con él y había permitido que se alojara casi dos meses allí?

Una enigmática sonrisa apareció en su rostro.

–Sé lo que estás pensando...

–¿Sí? ¿El qué? –preguntó Fluke mientras trataba de mantener una expresión neutral.

Ohm se acercó a él lo suficiente para poder colocarle un mechón de cabello detrás de la oreja. Lo observaba atentamente con sus ojos castaños, como si estuviera memorizando sus rasgos. Durante un instante, se detuvo sobre los labios y el ambiente se cargó de electricidad.

–Te estás preguntando por qué te traje aquí, ¿verdad? Por qué a ti y a nadie más...

La voz de Ohm era baja y profunda, una mezcla de grava y miel que hacía que la base de la espalda le vibrara como si una fina arena estuviera deslizándosele por la piel. Fluke le miró la boca y tragó saliva.

–Sé una cosa con toda seguridad. No fue porque te hubieras enamorado perdidamente de mí.

–No, no fue por eso... pero tú tampoco estabas enamorado de mí. ¿O acaso ha cambiado eso en los últimos meses?

Fluke camufló la expresión de su rostro con fría indiferencia, una indiferencia que no estaba seguro de sentir. No iría tan lejos como para decir que estaba enamorado de él, porque resultaba demasiado amenazador bajar la guardia hasta ese punto. Amar a alguien le daba el poder a esa persona de hacer daño y él ya había sufrido más que suficiente.

–Por supuesto que no. No te ofendas. Estoy seguro de que muchos antes que yo se han enamorado profundamente de ti y han pagado un alto precio por hacerlo.

Ohm lo miró atentamente, como si estuviera buscando algo que hubiera quedado oculto en la mirada de él.

–Una de las razones por las que te traje aquí fue para evitar a la prensa. Quería poder disfrutar de ti sin que un montón de reporteros nos siguieran todo el tiempo.

–¿Y la otra razón?

Ohm sonrió.

–Atribúyelo a un momento de debilidad por mi parte.

Se alejó de él y recogió el equipaje.

–Deberías descansar un poco. Ha sido un día muy largo.

Fluke lo siguió al dormitorio principal, experimentando una extraña sensación de déjà vu al entrar. Recordaba perfectamente cada detalle de la primera vez que entró allí con él. La explosiva pasión que habían compartido sobre aquella enorme cama instantes después. Miró a Ohm de soslayo para ver si él también se estaba sintiendo afectado por los recuerdos, pero la expresión de su rostro era inescrutable.

–¿Tienes frío? –le preguntó él señalando los enormes ventanales del cuarto, que estaban abiertos. Las delicadas cortinas de seda se hinchaban con el viento como si fueran velas–. Si quieres puedo cerrar las ventanas.

–Estoy bien. Déjalas abiertas. Resulta agradable poder disfrutar del aire fresco después de pasar tanto tiempo en el avión.

–Haré que Concetta te suba algo de comer.

–Te ruego que no lo hagas. Me gustaría estar a solas durante un rato.

Lo último que necesitaba en aquellos momentos era escuchar los insultos de la antipática ama de llaves. Se sentía muy agitado y confuso. Regresar allí le había producido una gran angustia.

No sabía cómo debía afrontar la propuesta de Ohm. No estaba seguro del lugar que ocupaba en su vida o de si tenía un lugar en su vida aparte del que le correspondía por ser el padre de su hijo, un hijo que le podría quitar si así lo decidía. Él no pertenecía a aquel mundo. Se sentía como un pez tan lejos de las aguas que le eran conocidas que se estaba asfixiando.

Sería una estupidez bajar la guardia y terminar amargado y desilusionado como siempre le había ocurrido. Después de la muerte de su madre, había esperado que su padre lo reclamaría, pero él lo había entregado a los servicios sociales tan pronto como le fue posible. Después, conoció la desilusión de ver que, familia tras familia, mostraban interés por él, pero luego, de repente, desaparecía. Sus esperanzas hechas añicos una y otra vez. Incluso sus dos últimos novios, hombres con los que había creído que tenía un futuro, lo habían abandonado sin ceremonia alguna.

Ohm se acercó a él y le tomó las manos entre las suyas. Se las apretó ligeramente y lo miró con preocupación.

–¿Te encuentras mal? ¿Tienes náuseas?

–No... Solo estoy cansado –mintió.

–Sé que regresar aquí conmigo es un paso muy grande para ti. Sin embargo, tenemos que centrarnos en lo que sea mejor para el bebé. Nuestro bebé.

Fluke se zafó de él y puso distancia entre ellos.

–Tu ama de llaves ni siquiera se cree que el bebé sea tuyo.

Ohm dejó escapar un suspiro.

–¿Quieres que me deshaga de ella? ¿Es eso lo que quieres? ¿Que la despida y que busque a otra? Concetta solo ha trabajado para mí. Su vida no ha sido fácil. Estuvo casada con un bruto que le quitó todo el dinero cuando ella por fin reunió el valor para abandonarlo. No sabe hacer otra cosa.

Había una parte de Fluke que eso era lo que quería precisamente, que despidiera a Concetta en aquel mismo instante. Sin embargo, otra parte de él, sabía lo que se sentía cuando le despedían a uno de un trabajo muy necesitado por expresar libremente una opinión.

–No, no es eso lo que quiero. Puedo defenderme y solo. Lo he tenido que hacer durante la mayor parte de mi vida. Dios sabe que nadie más iba a hacerlo por mí.

Ohm se colocó a sus espaldas y le puso las manos sobre los hombros.

Entonces, lo obligó a darse la vuelta.

–¿Cómo reaccionó tu familia cuando les dijiste que estabas embarazado? ¿Se alegraron por ti? –le preguntó.

Fluke trató de zafarse de él, pero Ohm se lo impidió–. No –añadió frunciendo el ceño–. No huyas. Dímelo.

–Yo no tengo familia –respondió sin mirarlo a los ojos–. Mi madre murió alcoholizada cuando yo tenía siete años. Me entregaron a mi padre, que llevaba divorciado de mi madre desde que yo cumplí los cinco años, pero no me mantuvo mucho tiempo a su lado. Me pasé el resto de mi infancia en casas de acogida.

–¿Por qué no me lo dijiste antes? –preguntó él muy sorprendido–. ¿Por qué me diste la impresión de que tuviste una infancia normal?

Fluke consiguió zafarse en aquella ocasión. Su expresión era reservada.

–Porque resultaba mucho más fácil que explicarlo todo. Tú tampoco hablaste de tu familia y a mí no me importó. Estábamos teniendo una aventura, Ohm. No nos estábamos prometiendo compartir nuestra vida para siempre.

–¿Había algo verdadero en lo que me dijiste?

Fluke se sentó en la cama antes de que le fallaran las piernas por puro agotamiento, más emocional que físico. La única persona que conocía lo ocurrido durante su infancia era Layla, porque los dos se conocieron cuando estaban en familias de acogida. Sin embargo, Layla había tenido la suerte de que la reclamara una tía abuela, que se la llevó a vivir con ella a la casa en la que trabajaba como ama de llaves para una acaudalada familia escocesa.

–Lo siento, pero no me gusta hablar de mi pasado. Intento olvidarlo todo lo posible.

Ohm se agachó frente a él y le colocó una mano en la rodilla.

–¿Qué crees que habría dicho yo si me lo hubieras contado?

Fluke rio con ironía.

–Te puedo decir una cosa. No me habrías invitado a vivir aquí durante dos meses. Tú sales con supermodelos, no con chicos del barrio.

–¿De verdad crees que no habría tenido una relación contigo por tu pasado? ¿Acaso crees que soy tan esnob?

Fluke levantó la barbilla. El orgullo era la única armadura en la que confiaba.

–¿Y por qué ibas a hacerlo? No tenemos nada en común. Tú creciste con dinero. Yo crecí en la pobreza. Tú tienes padre, madre y dos hermanos. Yo no tengo a nadie.

Una sombra pasó por el rostro de Ohm. Volvió a ponerse de pie como si se hubiera metamorfoseado en un anciano. Se mesó el cabello.

–La esposa de mi padre no es mi madre. Y mis hermanos lo son solo por parte de mi padre. Mi madre murió cuando yo tenía catorce años. Ella era la amante de mi padre.

Fluke abrió los ojos como platos.

–Pero todo lo que he leído en la prensa sobre tu pasado....

–Lo arregló mi padre para limpiar su reputación –dijo él con una inconfundible amargura–. Mantuvo sus dos vidas separadas hasta que tuvo un accidente de automóvil casi mortal cuando yo tenía trece años. Jamás cuestionamos por qué siempre tenía que viajar por negocios. Era su trabajo. Nos mantenía, nos llevaba de vacaciones, nos colmaba de regalos... Ni siquiera nos preguntamos por qué no podía pasar las Navidades con nosotros ningún año. Siempre había una crisis de la que tenía que ocuparse, problemas de personal o algo que solo él era capaz de arreglar. Cuando pareció que no iba a sobrevivir al accidente, alguien de su empresa llamó a mi madre y fuimos rápidamente al hospital. Allí, lo encontramos rodeado por su familia. Su familia oficial.

Fluke se levantó de la cama y se acercó a él.

–Debió de ser horrible descubrirlo de esa manera...

–Así es.

–Dijiste que tu madre murió cuando tenías catorce años. ¿Viviste con tu padre y... su familia después de eso?

–No –respondió él con una sonrisa cruel–. Me enviaron a un internado en

Inglaterra. Lo suficientemente lejos como para que yo no pudiera turbar el nido de felicidad de mi padre.

–No pudo haber sido tan feliz cuando tu padre sintió la necesidad de tener una amante todos esos años –observó Fluke.

–La esposa de mi padre provenía de una familia de dinero. De mucho dinero. Un divorcio estaba descartado. Ella le dio un ultimátum cuando se recuperó del accidente. Debía abandonar a su amante y mantener las distancias conmigo. Y así lo hizo él.

–¿Cómo? ¿Se olvidó de vosotros así, como si nada?

–Su empresa se habría hundido sin la constante inyección de fondos de Elena. Con mi padre, el dinero siempre ganaba por encima de los sentimientos.

–¿Tienes contacto con él ahora?

–Mínimo. Resulta extraño, pero a mi padre y a su esposa les resulta menos desagradable incluirme en su feliz familia ahora que me he convertido en uno de los hombres más ricos de Sicilia. –No sé cómo puedes tener nada que ver con ellos después del modo en el que os trataron a tu madre y a ti.

–Mis hermanastros son buenas personas. No es culpa suya que mi padre sea un hombre débil cuya principal motivación es la avaricia.

–¿Lo quisiste alguna vez?

–Lo idolatraba –dijo él apesadumbrado–. Era mi héroe, la persona a la que más admiraba. Durante años, lo tuve como modelo... pero todo lo que me dijo no fueron más que mentiras –añadió tras chasquear la lengua con desprecio.

Y Fluke había hecho lo mismo. Se sintió muy culpable. Él le había mentido por omisión en vez de decirle mentiras descaradamente. Y seguía haciéndolo, dado que le ocultaba información. Sin embargo, ¿cómo podía hablarle de las fotos, de las vergonzantes fotos en aquel bar de caballeros? Su joven cuerpo desnudo expuesto. Fotos que empezarían a circular tras el pago de grandes sumas de dinero si se casaba con Ohm. Sabía muy bien lo mucho que él odiaba la intromisión de la prensa. ¿Cómo podía alguien así casarse con uno de los hombres más ricos de Sicilia? La noticia causaría mucho interés. El ama de llaves de Ohm no sería la única persona en la vida de él que lo insultaría. Lo haría todo el mundo.

–Siento que lo hayas pasado tan mal, pero debes de sentirte satisfecho por haber conseguido llegar solo hasta lo más alto.

–Como tú, ¿verdad?

–Yo no he llegado a nada en mi profesión, Ohm. De hecho, hace tres meses que no toco un pincel.

–En ese caso, tendremos que hacer algo al respecto. He organizado una visita a mi abuela dentro de un par de días. Vive en Marsala, a unos ochenta kilómetros de aquí.

–No me hablaste de ella cuando estuve aquí la última vez. ¿Por qué?

–Mi nonna es también de la antigua escuela, como Concetta. A ella no le gustan las relaciones sin compromiso. Lleva años esperando que siente la cabeza. Ahora ha llegado el momento de que la conozcas como mi prometido.

–Yo no te he dicho que me vaya a casar contigo, Ohm.

Él abrió la cama y golpeó el colchón suavemente.

–Descansa un poco, caro. Insisto. Pareces cansado. Agotado más bien.

Fluke se quitó los zapatos y se tumbó en la cómoda cama mientras él lo cubría con la sábana. Después, Ohm se inclinó sobre él para darle un beso en la frente. La sorprendente ternura del gesto hizo que Fluke se preguntara si, en lo más profundo de su ser, Ohm no sentía algo por él y no solo por el bebé que llevaba en su vientre. ¿Era un estúpido por esperar que fuera así? ¿No había aprendido ya la lección sobre lo de tener esperanzas en vano? Ohm era un buen hombre, cariñoso y sensible. El modo en el que trataba a su ama de llaves demostraba que tenía corazón. Sin embargo, ¿lo abriría alguna vez lo suficiente como para acoger también a Fluke?

–Ohm... –le dijo cuando él casi había llegado ya a la puerta.

–¿Sí? –preguntó él tras volverse para mirarlo.

–¿Y qué pasará si tu abuela, al igual que Concetta, no me acepta?

Una fuerte determinación apareció en los ojos de Ohm.

–Cuando lleves mi anillo, te aceptará. Y Concetta también. Ahora, descansa.

Si Ohm supiera lo poco aceptable que Fluke se sentía...

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