1:44 am. Martes 19 de Junio de 2018.

     Han pasado dos meses desde que toda esta masacre comenzó.


Dos meses en las que no me siento igual.


Dos meses en el que a mí y a todos mis hermanos nos cuesta respirar.


Dos meses desde que me preocupaba por mi trabajo, mis estudios, mi carrera, la salida con mis amigos…


Dos meses en los que vivíamos en una paz de mentira, de plástico.


Pensaba que era una tragedia la manera en que atacaban a la UCA por pronunciarse en contra de la reforma del INSS.


Pensaba que lo más inhumano que ellos podían hacer era retirarle a los viejitos su pensión.


Pero ahora lloro por dos niños inocentes que fueron calcinados por su sed de poder.


Un trauma que tanto a mí como a mis hermanos nos costará más de dos meses tratar.


Dos meses.


Que se cree poco. Pero pesan las heridas, los traumas y las lágrimas más que el tiempo que marcamos del calendario.


De qué sirve preocuparse por esas tareas que desde hace dos meses dejamos pendientes si no habrá tierra en donde podamos cumplirlas.


De qué servirán los planes para salidas si siguen matando a nuestras familias, nuestros amigos, nuestros compañeros y nuestros conocidos.


Para qué preocuparse por ello si ellos nos siguen arrebatando.


Porque les duele.


Ellos tienen la cara de seguirnos matando porque tenemos esa unión que ellos jamás consiguieron al mismo nivel.


Solo observémosnos, muchos de nosotros seguimos una religión mientras que otros no lo hacemos, y aun así la Iglesia nos defiende a capa y espada sin importarle nuestras creencias.


Porque nosotros somos hermanos. Y el gobierno no puede soportarlo, pues para ellos solo éramos un producto el cual explotar para enriquecerse, obejas que seguían un pastor.


Dos meses han pasado desde que nuestra vida como individuos, comunidad, hermanos y país cambió.


¿Vamos a detenernos ahora?

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